Página 294 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
vertencia que el Señor les había enviado a causa de su orgullo y
sus pecados. Y ahora, en esta terrible crisis, en la presencia de los
sacerdotes idólatras y el rey apóstata, permanecían neutrales. Si Dios
aborrece un pecado más que otro, del cual su pueblo es culpable, es
el de no hacer nada en caso de una emergencia. La indiferencia y la
neutralidad en una crisis religiosa son consideradas por Dios como
un grave delito, igual al peor tipo de hostilidad contra Dios.
Todo Israel permanece callado. Nuevamente se oye la voz de
Elías que se dirige a ellos: “Sólo yo he quedado profeta de Jehová;
mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres.
Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pe-
dazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo
prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré
debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo
invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio
de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien
dicho. Entonces Elías dijo a los profetas de Baal: Escogeos un buey,
y preparadlo vosotros primero, pues que sois los más; e invocad el
nombre de vuestros dioses, mas no pongáis fuego debajo. Y ellos
tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el
nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal,
respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto,
ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho”.
1 Reyes
18:22-26
.
La propuesta de Elías es razonable. El pueblo no se atreve a
eludirla y encuentra valor para responder: Bien dicho. Los profetas
de Baal no se animan a disentir o a eludir el asunto. Dios ha dirigido
esta prueba y preparado confusión para los autores de la idolatría y
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un triunfo extraordinario para su nombre. Los sacerdotes de Baal no
se atreven a hacer otra cosa que aceptar las condiciones. Con terror y
con corazones culpables, aunque aparentemente audaces y desafian-
tes, construyeron su altar, colocaron sobre él la leña y la víctima, y
luego iniciaron sus encantamientos, sus repeticiones monótonas y
gritos, característicos de la adoración pagana. Sus gritos estridentes
repercutían por los bosques y montañas: “¡Baal, respóndenos!”
vers.
26
. Los sacerdotes reunidos como un ejército en torno a sus alta-
res, saltando, y retorciéndose, y gritando, y pataleando, y haciendo