Página 297 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El sacrificio en el Monte Carmelo
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agotados por sus esfuerzos vanos y frenéticos, están sentados o yacen
postrados en tierra, esperando para ver qué hará Elías. Están llenos
de temor y odio hacia el profeta por proponer una prueba que ha
expuesto su debilidad y la ineficacia de sus dioses.
El pueblo de Israel permanece hechizado, pálido, ansioso y casi
sin aliento y llenos de temor, mientras Elías invoca a Jehová, el
Creador de los cielos y la tierra. El pueblo ha presenciado el frenesí
fanático e irrazonable de los profetas de Baal. En contraste tienen
ahora el privilegio de presenciar el porte calmo y que inspira temor
de Elías. Les recuerda su depravación, que ha despertado la ira de
Dios contra ellos, y entonces los llama a humillar sus corazones
y a retornar al Dios de sus padres, a fin de que pueda retirarse
la maldición que descansaba sobre ellos. Acab y sus sacerdotes
idólatras contemplan la escena con asombro mezclado de terror.
Esperan el resultado en un silencio ansioso, solemne.
Después que la víctima es colocada sobre el altar, Elías ordena
al pueblo que riegue con agua el sacrificio y el altar, y que llene de
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agua la zanja en torno al altar. Luego se postra reverentemente ante
el Dios invisible, levanta las manos al cielo y ofrece una oración
serena y sencilla, desprovista de gestos violentos o de contorsio-
nes del cuerpo. No resuenan gritos sobre las alturas del Carmelo.
Un silencio solemne, que es opresivo para los sacerdotes de Baal,
descansa sobre todos. En su oración, Elías no usa expresiones extra-
vagantes. Ora a Jehová como si estuviera cerca, presenciando toda
la escena, y oyendo su oración sincera y ferviente, aunque sencilla.
Los sacerdotes de Baal habían gritado, y echado espuma por la boca,
y saltado, y orado muy largamente, desde la mañana hasta cerca del
anochecer. La oración de Elías es muy corta, ferviente, reverente
y sincera. Apenas acabó su oración, descendieron del cielo llamas
de fuego en una manera notable, como un brillante relámpago, en-
cendiendo la madera para el sacrificio y consumiendo la víctima,
lamiendo el agua de la zanja y devorando hasta las piedras del altar.
El resplandor de la llamarada ilumina la montaña y hiere los ojos
de la multitud. El pueblo del reino de Israel que no está reunido en
el monte observa con interés a los allí congregados. Ven cuando el
fuego desciende y están asombrados ante el espectáculo. Se asemeja
a la columna de fuego en el Mar Rojo, que por la noche separó a los
hijos de Israel de la hueste egipcia.