Página 298 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
La gente que está sobre el monte se postra llena de terror y
asombro ante el Dios invisible. No pueden mirar el brillante fuego
consumidor enviado desde el cielo. Temen que serán consumidos en
su apostasía y sus pecados, y gritan a una voz, lo cual resuena en la
montaña y repercute en la llanura con terrible claridad: “¡Jehová es
el Dios! ¡Jehová es el Dios!” Por fin Israel despierta, desengañado.
Ven su pecado y cuán grandemente han deshonrado a Dios. Se
despierta su ira contra los profetas de Baal. Con terror, Acab y
los sacerdotes de Baal presencian la exhibición maravillosa del
poder de Jehová. Nuevamente se oye la voz de Elías en una orden
sorprendente dirigida al pueblo: “Prended a los profetas de Baal,
para que no escape ninguno”.
1 Reyes 18:40
. El pueblo está listo
para obedecer su palabra. Se apoderan de los profetas falsos que los
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han engañado y los llevan al arroyo de Cisón; allí, con su propia
mano, Elías da muerte a estos sacerdotes idólatras.
Los juicios de Dios han sido ejecutados sobre los sacerdotes
falsos y el pueblo ha confesado sus pecados y reconocido al Dios de
sus padres; y ahora iba a retirarse la agostadora maldición de Dios y
él renovaría sus bendiciones sobre su pueblo y refrescaría otra vez
la tierra con rocío y lluvia.
Elías se dirige a Acab: “Sube, come y bebe; porque una lluvia
grande se oye”.
1 Reyes 18:41
. Mientras Acab se levantó para comer,
Elías subió del terrible sacrificio para ir a la cumbre del monte
Carmelo a fin de orar. Su obra de matar a los sacerdotes paganos no
lo había incapacitado para el solemne ejercicio de la oración. Había
cumplido la voluntad de Dios. Después que él, como instrumento
de Dios, hubo hecho todo lo que podía para eliminar la causa de la
apostasía de Israel dando muerte a los sacerdotes idólatras, no pudo
hacer más. Intercede luego en favor del Israel pecador y apóstata. En
la posición más dolorosa, con su rostro postrado entre las rodillas,
suplica muy fervientemente a Dios que envíe lluvia. Seis veces
seguidas envía a su siervo para ver si hay alguna señal visible de que
Dios ha oído su oración. No se impacienta ni pierde la fe porque el
Señor no le da inmediatamente una evidencia de que su oración es
oída. Continúa en ferviente oración, enviando a su siervo siete veces
para ver si Dios ha otorgado alguna señal. Su siervo regresa la sexta
vez desde su lugar que dominaba el mar con el informe desalentador
de que no hay ninguna señal de nubes que se estén formando en los