Página 307 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Moisés y Aarón
Aarón murió y fue enterrado sobre el monte Hor. Moisés, her-
mano de Aarón, y Eleazar, su hijo, lo acompañaron al monte. Se le
impuso a Moisés el doloroso deber de quitarle a su hermano Aarón
las túnicas sacerdotales y de colocárselas a Eleazar, porque Dios
había dicho que él sucedería a Aarón en el sacerdocio. Moisés y
Eleazar presenciaron la muerte de Aarón, y Moisés lo enterró en el
monte. Esta escena sobre el monte Hor nos hace recordar algunos
de los eventos más notables de la vida de Aarón.
Aarón era un hombre de disposición afable, a quien Dios escogió
para estar con Moisés y hablar en su nombre; en síntesis, para ser
el portavoz de Moisés. Dios podría haber elegido a Aarón como
líder, pero el que conoce los corazones, que comprende el carácter,
sabía que Aarón era complaciente y que carecía de valor moral
para mantenerse en defensa de lo correcto bajo toda circunstancia,
al margen de las consecuencias. El deseo de Aarón de tener la
buena voluntad del pueblo lo condujo a veces a cometer grandes
errores. Demasiado frecuentemente cedió a sus ruegos, y al hacerlo
deshonró a Dios. La misma falta de firmeza en favor de lo recto
en su familia resultó en la muerte de dos de sus hijos. Aarón se
destacaba por su piedad y utilidad, pero descuidó la disciplina de
su familia. En vez de cumplir el deber de demandar el respeto y la
reverencia de sus hijos, les permitió seguir sus inclinaciones. No los
disciplinó para que fueran abnegados, sino que cedió a sus deseos.
No fueron disciplinados para respetar y reverenciar la autoridad
paterna. El padre era el justo soberano de su familia mientras viviera.
Su autoridad no debía cesar, aun después que sus hijos crecieran
y tuvieran sus propias familias. Dios mismo era el monarca de la
nación, y reclamaba obediencia y honor del pueblo.
El orden y la prosperidad del reino dependían del buen orden de
la iglesia. Y la prosperidad, armonía y orden de la iglesia dependían
del buen orden y la disciplina cabal de las familias. Dios castiga la
infidelidad de los padres, a quienes ha confiado el deber de mantener
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