Página 308 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
los principios del gobierno paterno, que yacen en el fundamento
de la disciplina de la iglesia y la prosperidad de la nación. Un hijo
indisciplinado frecuentemente ha malogrado la paz y la armonía de
una iglesia, e incitado a una nación a la murmuración y la rebelión.
De modo muy solemne el Señor ha prescrito a los hijos su deber de
respetar y honrar afectuosamente a sus padres. Y por otra parte les
requiere a los padres que disciplinen a sus hijos y los eduquen con
diligencia incesante respecto a las demandas de la Ley divina y los
instruyan en el conocimiento y el temor de Dios. Estos preceptos
que Dios colocó sobre los judíos con tanta solemnidad, descansan
con igual peso sobre los padres cristianos. Los que descuidan la
luz y la instrucción que Dios ha dado en su Palabra respecto a que
eduquen a sus hijos y que manden a los de su casa después de ellos,
tendrán una terrible cuenta que arreglar. El descuido criminal de
Aarón en demandar el respeto y la reverencia de sus hijos resultó en
la muerte de ellos.
Dios distinguió a Aarón eligiéndolo a él y a su posteridad mas-
culina para el sacerdocio. Sus hijos ministraron en el oficio sagrado.
Nadab y Abiú fallaron en reverenciar la orden de Dios de ofrecer
fuego sagrado sobre sus incensarios con el incienso ante él. Dios les
había prohibido, so pena de muerte, presentar el fuego común ante
él con el incienso.
Pero aquí se ve el resultado de una disciplina laxa. Como estos
hijos de Aarón no habían sido educados para respetar y reverenciar
las órdenes de su padre, como ellos hacían caso omiso de la autoridad
paterna, no comprendieron la necesidad de seguir explícitamente
los requerimientos de Dios. Al complacer su apetito por el vino y
estar bajo su estímulo excitante, su razón estaba nublada y no podían
discernir la diferencia entre lo sagrado y lo común. Contrariamente
a la instrucción expresa de Dios, lo deshonraron ofreciendo fuego
común en vez del sagrado. Dios los visitó con su ira; salió fuego de
su presencia y los destruyó.
Aarón sobrellevó su severa aflicción con paciencia y sumisión
humilde. La tristeza y una aguda agonía torturaban su alma. Fue
convencido de su descuido del deber. Era sacerdote del Dios Altísi-
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mo para hacer expiación por los pecados del pueblo. Era sacerdote
de su casa, sin embargo se había inclinado a no tomar en cuenta la
insensatez de sus hijos. Había descuidado su deber de instruirlos y