Página 32 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
zozobra y perplejidad a aquellos por quienes tendría que haberse
interesado en forma especial. Aquellos que vinculan sus afectos e
interés a uno o dos, y los favorecen en detrimento de otros, no debie-
ran retener su puesto en la oficina por un solo día. Esta parcialidad
no santificada hacia personas especiales que puede complacer el
afecto por algunos, en descuido de otros que son concienzudos y
temerosos de Dios, y a su vista de más valor, ofende a Dios. De-
biéramos valorar lo que Dios valora. Él considera de mayor valor
el ornato de un espíritu manso y sereno que la belleza externa, el
adorno superficial, las riquezas o el honor mundanal.
Los verdaderos seguidores de Cristo no formarán amistades ín-
timas con aquellos cuyos caracteres tienen defectos serios, y cuyo
ejemplo no sería seguro imitar, mientras que es su privilegio aso-
ciarse con personas que guardan una consideración cuidadosa por
el cumplimiento del deber en los negocios y en la religión. Las per-
sonas carentes de principios y de un espíritu devoto generalmente
ejercen una influencia más efectiva para moldear la mente de sus
amigos íntimos que la que ejercen aquellos que parecen bien balan-
ceados y capaces de controlar e influir sobre los que tienen defectos
de carácter y carecen de espiritualidad y de una actitud devota.
La influencia del hermano B, si no es santificada, pone en peligro
las almas de los que siguen su ejemplo. Su tacto hábil y su inventiva
son admirados, y hace que aquellos relacionados con él le den cré-
dito por calificaciones que no posee. En la oficina era descuidado
con su tiempo. Si esto lo hubiera afectado sólo a él, habría sido un
asunto pequeño; pero su posición como jefe le daba influencia. Su
ejemplo ante los que estaban en la oficina, especialmente los apren-
dices, no era circunspecto y consciente. Si con su talento ingenioso,
el hermano B poseyera un alto sentido de obligación moral, sus
servicios serían inestimables en la oficina. Si sus principios hubieran
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sido tales que nada lo hubiera movido de la estricta línea del deber,
que ningún atractivo que se presentara hubiera podido comprar su
consentimiento a una mala acción, entonces su influencia habría
moldeado a otros; pero sus deseos de placer lo sedujeron y lo aparta-
ron de su puesto del deber. Si él hubiera permanecido en la fuerza de
Dios, insensible a la censura o la adulación, firme a los principios,
fiel a sus convicciones sobre la verdad y la justicia, habría sido un
hombre superior y habría ganado una influencia convincente por