Página 321 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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A un joven ministro y su esposa
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y servidos mientras no dan nada a cambio. Descansa una obligación
sobre las familias cristianas de hospedar a los ministros de Cris-
to, y también los ministros que reciben la hospitalidad de amigos
cristianos tienen el deber de sentirse bajo la obligación mutua de
llevar sus propias cargas tanto como sea posible y no ser una carga
para sus amigos. Muchos ministros abrigan la idea de que deben
ser especialmente favorecidos y servidos, y los tales frecuentemente
se ofenden y su utilidad se debilita al ser tratados como animalitos
domésticos.
Hermano y hermana A, al estar entre sus hermanos ustedes de-
masiado frecuentemente acostumbran hacer arreglos placenteros
para ustedes y seguir un curso de acción como para granjearse la
atención de los demás, sin considerar las conveniencias o los incon-
venientes de ellos. Están en peligro de hacer de ustedes el centro.
Han recibido la atención y la consideración de otros cuando, para el
bien de sus propias almas como también para el beneficio de otros,
deberían haber dedicado más atención a los que han visitado. Tal
proceder les habría dado por lejos mayor influencia, y habrían tenido
la bendición de ganar más almas para la verdad.
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Hermano A, usted tiene capacidad para presentar la verdad a
otros. Tiene una mente investigadora, pero posee graves defectos de
carácter, que he mencionado y que usted debe vencer. Usted descuida
muchas de las pequeñas cortesías de la vida porque considera que no
comprende que se requieran de usted esas pequeñas atenciones. Dios
no quisiera que usted impusiera cargas a otros mientras descuida de
ver y hacer las cosas que alguien debe hacer. No le resta dignidad
a un ministro del evangelio traer leña y agua cuando se necesitan o
practicar ejercicio al hacer el trabajo necesario en la familia donde
se lo hospeda. Al no ver estos pequeños importantes deberes y no
aprovechar la oportunidad para hacerlos, se priva de bendiciones
reales y también priva a otros del bien que es privilegio de ellos
recibir de él.
Algunos de nuestros ministros no practican una cantidad de ejer-
cicio físico proporcional a las exigencias que le imponen a la mente.
Como resultado sufren de debilidad. No hay una razón satisfactoria
por la que la salud de los ministros que sólo tienen que cumplir
los deberes corrientes que le incumben al ministro, debiera fallar.
Sus mentes no están constantemente abrumadas con preocupaciones