Página 330 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
alimento y lo que era sufrir de frío por falta de vestimenta adecuada.
Viajábamos toda la noche mediante transporte privado para visitar a
los hermanos, porque no teníamos medios con los cuales sufragar
los gastos de un hotel. Viajábamos largas distancias a pie, vez tras
vez, porque no teníamos dinero para alquilar un carruaje. ¡Oh, cuán
preciosa nos era la verdad! ¡Cuán valiosas las almas compradas por
la sangre de Cristo!
No nos quejamos por padecer sufrimientos en aquellos días de
estrecha necesidad y perplejidad, lo que hacía necesario el ejercicio
de la fe. Fueron los días más felices de nuestra vida. Allí aprendimos
la sencillez de la fe. Allí, mientras estábamos en aflicción, probamos
al Señor. Él era nuestro consuelo. Él era para nosotros como la
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sombra de un gran peñasco en tierra calurosa. Es desafortunado
que usted, mi hermano, y nuestros ministros jóvenes en general, no
hayan tenido una experiencia similar en privaciones, en pruebas y en
necesidad; porque una experiencia tal sería para usted más valiosa
que casas o tierras, oro o plata.
Cuando nos referimos a nuestra experiencia pasada de trabajo
excesivo y de necesidades, de trabajar con nuestras manos para sos-
tenernos y publicar la verdad al mismo comienzo de la obra, algunos
de nuestros predicadores jóvenes de apenas unos pocos años de
experiencia en la obra parecen sentirse molestos y nos acusan de
jactarnos de nuestras propias obras. La razón de esto es que sus
propias vidas han estado tan exentas de preocupaciones agobiadoras,
de necesidades y renunciamiento, que no saben cómo simpatizar con
nosotros, y el contraste no es compatible con sus sentimientos. El
conocimiento de la experiencia de otros, que contrasta tan amplia-
mente con su propio curso de acción, no les permite ver sus labores
en una luz tan favorable como ellos quisieran.
Cuando comenzamos este trabajo ambos teníamos una salud
débil. Mi esposo era dispéptico; sin embargo, tres veces al día, con
fe, le pedíamos a Dios fuerza. Mi esposo salía a cortar heno con su
guadaña y, con la fuerza que Dios le daba en respuesta a nuestras
oraciones previas, ganaba en la siega los medios suficientes para
compramos ropa pulcra y sencilla, y para pagar nuestro pasaje a un
Estado distante a fin de presentar la verdad a nuestros hermanos.
Tenemos derecho para referirnos al pasado, como hizo el apóstol
Pablo: “Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno