Página 35 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Capacidad no santificada
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convertir la ocasión en una escena de autogratificación; en síntesis,
en un viaje de placer. ¡Qué contraste entre su proceder y el practicado
por los apóstoles, que salieron con la carga de la palabra de vida, y
con la manifestación del Espíritu predicaron a Cristo crucificado!
Señalaron el camino viviente mediante la abnegación y la cruz.
Tuvieron comunión con su Salvador en sus sufrimientos, y su mayor
deseo era conocer a Cristo Jesús, y a él crucificado. No tenían en
cuenta su propia conveniencia, ni consideraban sus vidas preciosas
para ellos. Vivían no para gozar, sino para hacer el bien y para salvar
almas por las cuales Cristo murió.
El hermano B puede presentar argumentos sobre puntos doctri-
nales, pero no ha experimentado en sí mismo las lecciones prácticas
de la santificación, la abnegación y la cruz. Puede hablar al oído,
pero al no haber sentido en su corazón la influencia santificadora de
estas verdades, ni haberlas practicado en su vida, falla en hacerlas
llegar a la conciencia con un sentido profundo de su importancia y
de su carácter solemne en vista del juicio, cuando cada caso debe
decidirse. El hermano B no ha educado su mente, y su comporta-
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miento fuera de la reunión no ha sido ejemplar. Aparentemente la
carga de la obra no ha recaído sobre él, sino que ha sido frívolo y
juvenil, y por su ejemplo ha rebajado la norma de la religión. Las
cosas sagradas y comunes han sido colocadas sobre un mismo nivel.
El hermano B no ha estado dispuesto a sobrellevar la cruz; no
ha estado dispuesto a seguir a Cristo desde el pesebre a la sala del
juicio y al Calvario. Ha atraído sobre sí una penosa aflicción al
buscar su propio placer. Todavía tiene que aprender que su propia
fuerza es debilidad y su sabiduría, insensatez. Si él hubiera sentido
que estaba ocupado en la obra de Dios, y que estaba en deuda
con Aquel que le había dado tiempo y talentos, y que requería que
fuesen mejorados para su gloria, si hubiera permanecido fielmente
en su puesto, no habría sufrido esa enfermedad larga y tediosa. Su
exposición [a la intemperie] en ese viaje de placer le causó meses
de sufrimiento y le habría causado la muerte si no hubiera sido por
la oración de fe ferviente y efectiva elevada en su favor por aquellos
que sentían que no estaba preparado para morir. Si hubiera muerto en
ese momento, su caso habría sido mucho peor que el de un pecador
sin luz. Pero Dios oyó misericordiosamente las oraciones de su
pueblo y le prorrogó la vida, para que pudiera tener oportunidad de