Página 375 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Despreciadores de los reproches
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ten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en que sea
necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto
el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa
cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que merecían
reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda
esta compasión no santificada hace que los que la manifiestan par-
ticipen de la culpa del que fue reprendido. En nueve casos de cada
diez, si se hubiera permitido que la persona reprendida compren-
diera su mala conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por
lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes entrometidos
y no santificados atribuyen falsos motivos al que reprende y a la
naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona reprendida,
la inducen a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos
se rebelan contra el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los
que cumplen fielmente sus deberes desagradables, conociendo su
responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición. Dios exige que
sus siervos estén siempre dispuestos a hacer su voluntad con fervor.
En el encargo que da el apóstol a Timoteo, le exhorta así: “Que pre-
diques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye,
reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
2 Timoteo 4:2
.
Los hebreos no estaban dispuestos a someterse a las instruc-
ciones y restricciones del Señor. Querían simplemente hacer su
voluntad, seguir los impulsos de su propia mente y ser dominados
por su propio juicio. Si se les hubiera concedido esta libertad, no
habrían proferido queja contra Moisés; pero se amotinaron bajo la
restricción.
Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armo-
nía, a fin de que lo vea todo unánimemente y tenga un mismo sentir
y criterio. Para producir este estado de cosas, hay mucho que hacer.
El corazón carnal debe ser subyugado y transformado. Dios quiere
que haya siempre un testimonio vivo en la iglesia. Será necesario
reprender y exhortar, y a algunos habrá que hacerles severos repro-
ches, según lo exija el caso. Oímos el argumento: “¡Oh, yo soy tan
sensible que no puedo soportar el menor reproche!” Si estas personas
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presentaran su caso correctamente, dirían: “Soy tan voluntarioso,
tan pagado de mí mismo, tan orgulloso que no tolero que se me den
órdenes; no quiero que se me reprenda. Abogo por los derechos del
juicio individual; tengo derecho a creer y hablar según me plazca”.