Página 38 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
Si el hermano B, con sus buenas aptitudes, fuera un jefe de ofici-
na bien equilibrado y fiel, su trabajo sería de gran valor para la obra,
y podría ganar el doble de salario. Pero durante los años pasados,
considerando sus deficiencias y su influencia no consagrada, la ofici-
na podría haberlo pasado mejor sin él, aun si sus servicios hubieran
sido gratuitos. El hermano y la hermana B no han aprendido la lec-
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ción de la economía. La gratificación del gusto y el deseo de placer
y ostentación, han ejercido una influencia dominante sobre ellos.
Para ellos sería más ventajoso tener salarios pequeños que grandes,
porque lo gastarían todo de cualquier modo, aunque fuera mucho.
Gozarían de la vida mientras usan lo que ganan, y luego, cuando la
aflicción los sorprendiera, estarían totalmente desprevenidos. Gasta-
rían veinte dólares semanales lo mismo como si fueran doce. Si el
hermano y la hermana B hubieran sido administradores ahorrativos,
negándose ellos mismos, ya podrían haber tenido una casa propia y
además medios a los que acudir en caso de adversidad. Pero ellos
no economizarán como otros lo han hecho, de quienes a veces han
dependido. Si descuidan aprender estas lecciones, sus caracteres no
serán hallados perfectos en el día de Dios.
El hermano B ha sido el objeto del gran amor y condescendencia
de Cristo, y sin embargo nunca ha sentido que podría imitar al gran
Ejemplo. Pretende una porción mejor en esta vida que la que fue
dada a nuestro Señor, y toda su vida ha procurado esto. Nunca ha
sentido las profundidades de ignorancia y pecado de las que Cristo
se propuso levantarlo y unirlo a su naturaleza divina.
Es un asunto terrible ministrar en cosas sagradas cuando el
corazón y las manos no son santos. Ser un colaborador de Cristo
implica tremendas responsabilidades; estar como su representante no
es un asunto pequeño. Las enormes realidades del juicio probarán la
obra de cada hombre. El apóstol dijo: “No nos predicamos a nosotros
mismos, sino a Jesucristo como Señor... Porque Dios, que mandó
que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en
nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria
de Dios en la faz de Jesucristo”.
2 Corintios 4:5, 6
. La suficiencia
del apóstol no estaba en él, sino en la benigna influencia del Espíritu
de Cristo, la que llenó su alma y puso cada pensamiento en sujeción
a la obediencia de Cristo. El poder de la verdad que acompaña a la
palabra predicada será un sabor de vida para vida o de muerte para