Página 385 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El fiel Abraham
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Isaac prefiguró al Hijo de Dios, que iba a ser ofrecido por los
pecados del mundo. Dios quería inculcar en Abraham el evangelio de
la salvación del hombre. Para ello y a fin de que la verdad fuese una
realidad para él como también para probar su fe, le pidió que quitara
la vida a su amado Isaac. Todo el pesar y la agonía que soportó
Abraham por esta sombría y temible prueba, tenía por propósito
grabar profundamente en él la comprensión del plan de redención
en favor del hombre caído. Se le hizo entender mediante su propia
experiencia cuán inmensa era la abnegación del Dios infinito al
dar a su propio Hijo para que muriese a fin de rescatar al hombre
de la ruina completa. Para Abraham, ninguna tortura mental podía
igualarse con la que sufrió al obedecer la orden divina de sacrificar
a su hijo.
Dios entregó a su Hijo a una vida de humillación, pobreza, tra-
bajo, odio, y a la muerte agonizante de la crucifixión. Pero, no había
ningún ángel que comunicara el gozoso mensaje: “Basta; no nece-
sitas morir, mi muy amado Hijo”. Legiones de ángeles aguardaban
tristemente, esperando que, como en el caso de Isaac, Dios impi-
diera en el último momento su muerte ignominiosa. Pero no se les
permitió a los ángeles llevar un mensaje tal al amado Hijo de Dios.
La humillación que sufrió en el tribunal y en el camino al Calvario,
prosiguió. Fue escarnecido, ridiculizado, escupido. Soportó las bur-
las, los desafíos y el vilipendio de los que le odiaban, hasta que en
la cruz doblegó su frente y murió.
¿Podría Dios habernos dado prueba mayor de su amor que al
dar así a su Hijo para que pasase por estas escenas de sufrimiento?
Y como el don de Dios al hombre fue el don gratuito de su amor
infinito, así sus derechos a nuestra confianza, nuestra obediencia,
todo nuestro corazón y la riqueza de nuestros afectos, son corres-
pondientemente infinitos. Requiere todo lo que el hombre puede dar.
La sumisión de nuestra parte debe ser proporcional al don de Dios.
Debe ser completa, sin ninguna reserva. Todos somos deudores de
Dios. Él tiene sobre nosotros derechos que no podemos satisfacer
sin entregarnos en sacrificio pleno y de buen grado. Exige nuestra
obediencia pronta y voluntaria, y no aceptará nada que no llegue a
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esto. Tenemos ahora oportunidad de asegurarnos el amor y el favor
de Dios. Éste puede ser el último año de vida de algunos de los
que leen esto. ¿Hay, entre los jóvenes que leen esta súplica, quienes