Página 407 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Los diezmos y ofrendas
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observancia del sábado, que no era una carga, excepto cuando era
transgredida y los hombres se veían sujetos a las penalidades que
entrañaba su violación. Igualmente, el sistema del diezmo no era
una carga para aquellos que no se apartaban del plan. El sistema
ordenado a los hebreos no ha sido abrogado ni reducido su vigor
por Aquel que lo ideó. En vez de carecer de fuerza ahora, tiene que
practicarse más plena y extensamente, puesto que la salvación por
Cristo debe ser proclamada con mayor plenitud en la era cristiana.
Jesús hizo saber al joven príncipe que la condición para obtener la
vida eterna consistía en poner por obra en su vida los requerimientos
especiales de la Ley, que le exigían amar a Dios con todo su corazón,
con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas, y
a su prójimo como a sí mismo. Si bien los sacrificios simbólicos
cesaron con la muerte de Cristo, la Ley original, grabada en tablas
de piedra, permaneció inmutable, e impone sus exigencias al hombre
de todos los tiempos. Y en la era cristiana, el deber del hombre no
fue limitado, sino definido más especialmente y expresado con más
sencillez.
El evangelio, para extenderse y ampliarse, requería mayores pro-
visiones para sostener la guerra después de la muerte de Cristo, y
esto hizo que la ley de dar ofrendas fuese una necesidad más apre-
miante que bajo el gobierno hebreo. Dios no requiere menos ahora,
sino mayores dones que en cualquier otro período de la historia del
mundo. El principio trazado por Cristo es que los dones y ofrendas
deben ser proporcionales a la luz y bendiciones que se han disfru-
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tado. Él dijo: “Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho,
mucho se le demandará”.
Lucas 12:48
.
Los primeros discípulos respondían a las bendiciones de la era
cristiana mediante obras de caridad y benevolencia. El derramamien-
to del Espíritu de Dios, después que Cristo dejó a sus discípulos y
ascendió al cielo, los condujo a la abnegación y al sacrificio propio
para salvar a otros. Cuando los santos pobres de Jerusalén se halla-
ban en angustia, Pablo escribió a los cristianos gentiles acerca de las
obras de benevolencia y dijo: “Por tanto, como en todo abundáis, en
fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para
con nosotros, abundad también en esta gracia”.
2 Corintios 8:7
. Aquí
la generosidad es puesta al lado de la fe, del amor y de la diligencia
cristiana. Los que piensan que pueden ser buenos cristianos y a la