Página 408 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
vez cerrar sus oídos y corazones a los llamados que Dios dirige a su
liberalidad, están terriblemente engañados. Hay quienes profesan
tener gran amor por la verdad, y, por lo menos de palabra, tienen
interés en verla adelantar, pero no hacen nada para ello. La fe de los
tales es muerta; no se perfecciona por las obras. El Señor no cometió
nunca el error de convertir a un alma y dejarla bajo el poder de la
avaricia.
El sistema del diezmo se remonta hasta antes del tiempo de
Moisés. Ya en los días de Adán, se requería de los hombres que
ofrecieran a Dios donativos de índole religiosa, es decir, antes que
el sistema fuera dado a Moisés en forma definida. Al cumplir lo re-
querido por Dios, debían manifestar, mediante sus ofrendas, aprecio
por las misericordias y las bendiciones de Dios para con ellos. Esto
continuó durante las generaciones sucesivas y fue practicado por
Abraham, quien dio diezmos a Melquisedec, sacerdote del Altísimo.
El mismo principio existía en los días de Job. Mientras Jacob estaba
en Bet-el, peregrino, desterrado y sin dinero, se acostó una noche,
solitario y abandonado, teniendo una piedra por almohada, y allí
prometió al Señor: “De todo lo que me dieres, el diezmo apartaré
para ti”.
Génesis 28:22
. Dios no obliga a los hombres a dar. Todo
lo que ellos dan debe ser voluntario. Él no quiere que afluyan a su
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tesorería ofrendas que no se presenten con buena voluntad.
El Señor quiso poner al hombre en estrecha relación consigo, e
infundirle compasión y amor por sus semejantes, imponiéndole la
responsabilidad de realizar acciones que contrarrestaran el egoísmo
y fortaleciesen su amor por Dios y el hombre. El plan de una libe-
ralidad sistemática fue ideado por Dios para beneficio del hombre,
quien se inclina a ser egoísta y a cerrar su corazón a las acciones
generosas. El Señor requiere que se hagan donativos en tiempos
determinados, para establecer el hábito de dar y para que la bene-
volencia se considere como un deber cristiano. El corazón, abierto
por un donativo, no debe tener tiempo de enfriarse egoístamente y
cerrarse antes que se otorgue el próximo. La corriente ha de fluir
continuamente, manteniéndose abierto el conducto por medio de
actos de generosidad.
En cuanto a la cantidad requerida, Dios ha especificado que sea
la décima parte de los ingresos. Esto queda a cargo de la conciencia
y generosidad de los hombres, cuyo juicio debe ejercerse libremente