Página 415 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Los diezmos y ofrendas
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sus deficiencias. Muchos pobres que están ahora conformes con no
hacer nada para beneficiar a sus semejantes y para adelantar la causa
de Dios, podrían hacer mucho si quisieran. Ellos son responsables
delante de Dios por su capital de fuerza física, tanto como el rico lo
es por su capital de dinero.
Algunos que debieran hacer ingresar recursos en la tesorería de
Dios, quieren recibir de ella. Hay quienes son pobres ahora y podrían
mejorar su condición por un empleo juicioso de su tiempo, evitando
las especulaciones, como la explotación de patentes de invención
y refrenando su inclinación a confiar en tales especulaciones para
obtener recursos de una manera más fácil que por el trabajo paciente
y perseverante. Si los que han tenido éxito en la vida estuvieran dis-
puestos a recibir instrucción, podrían adquirir hábitos de abnegación
y economía estricta y tener la satisfacción de ser dispensadores de
caridad en vez de receptores de ella. Hay muchos siervos perezosos.
Si hicieran cuanto está a su alcance, experimentarían una bendición
tan grande al ayudar a otros que en realidad se darían cuenta de que
“más bienaventurado es dar que recibir”
Hechos 20:35
.
Debidamente dirigida, la generosidad ejercita las energías men-
tales y morales de los hombres y los estimula a una acción muy
saludable para beneficiar a los necesitados y adelantar la causa de
Dios. Si los que tienen recursos se dieran cuenta de que son res-
ponsables delante de Dios de cada peso que gastan, sus supuestas
necesidades serían mucho menores. Si la conciencia estuviera des-
pierta, testificaría contra los gastos inútiles para satisfacer el apetito,
el orgullo, la vanidad, el amor a las diversiones, y reprocharía el
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despilfarro del dinero del Señor que debiera haberse dedicado a su
causa. Pronto los que malgastan los bienes de su Señor tendrán que
darle cuenta de su conducta.
Si los que profesan ser cristianos usaran menos de su fortuna para
adornar su cuerpo y hermosear sus propias casas, y en sus mesas
hubiesen menos lujos extravagantes y malsanos, podrían colocar
sumas mucho mayores en la tesorería del Señor. Imitarían así a su
Redentor, quien dejó el cielo, sus riquezas y su gloria, y por amor de
nosotros se hizo pobre, a fin de que pudiéramos tener las riquezas
eternas. Si somos demasiado pobres para devolver fielmente a Dios
los diezmos que él requiere, somos ciertamente demasiado pobres
para vestirnos costosamente y comer con lujo; porque malgastamos