Página 417 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Los diezmos y ofrendas
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exaltados con él. Acogió en su propio corazón las tristezas que el
hombre debe sufrir. Con frecuencia la mente de los mundanos se
embota. Pueden ver tan sólo las cosas terrenales, que eclipsan la
gloria y el valor de las cosas celestiales. Hay hombres que rodearán
la tierra y el mar para obtener ganancias terrenales, y sufrirán pri-
vaciones y padecimientos para alcanzar su objetivo, y, sin embargo,
se apartan de los atractivos del cielo y no consideran las riquezas
eternas. Los que se hallan comparativamente en la pobreza son los
que hacen más para sostener la causa de Dios. Son generosos con
lo poco que poseen. Han fortalecido sus impulsos generosos por la
liberalidad continua. Como sus gastos casi equivalían a sus entradas,
su pasión por las riquezas terrenales no tuvo cabida u oportunidad
de fortalecerse.
Pero son muchos los que, al comenzar a juntar riquezas mate-
riales, calculan cuánto tardarán en poseer cierta suma. En su afán
de acumular una fortuna, dejan de enriquecerse para con Dios. Su
generosidad no se mantiene a la par con lo que reúnen. A medida
que aumenta su pasión por las riquezas, sus afectos se entrelazan
con su tesoro. El aumento de su propiedad fortalece el intenso de-
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seo de tener más, hasta que algunos consideran que el dar al Señor
el diezmo es una contribución severa e injusta. La inspiración ha
declarado: “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en
ellas”.
Salmos 62:10
. Muchos han dicho: “Si fuera tan rico como
Fulano, multiplicaría mis donativos para la tesorería de Dios. No
haría otra cosa con mi riqueza sino emplearla para el adelantamiento
de la causa de Dios”. Dios ha probado a algunos de éstos dándoles
riquezas; pero con éstas las tentaciones se hicieron más intensas, y
su generosidad fue mucho menor que en los días de su pobreza. Un
deseo ambicioso de mayores riquezas absorbió su mente y corazón,
y cometieron idolatría.
El que regala a los hombres riquezas infinitas y una vida eterna
de bienaventuranzas en su reino como recompensa de la obediencia
fiel, no aceptará un corazón dividido. Estamos viviendo en medio
de los peligros de los últimos días, cuando se manifiesta todo lo que
puede apartar de Dios la mente y los afectos. Podremos discernir
y apreciar nuestro deber únicamente cuando lo consideremos a la
luz que irradia de la vida de Cristo. Así como el sol sale por el
oriente y baja por el occidente, llenando el mundo de luz, así el que