Página 419 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Los diezmos y ofrendas
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El sistema especial del diezmo se fundaba en un principio que
es tan duradero como la ley de Dios. Este sistema del diezmo era
una bendición para los judíos; de lo contrario, Dios no se lo hubiera
dado. Así también será una bendición para los que lo practiquen
hasta el fin del tiempo. Nuestro Padre celestial no creó el plan de la
benevolencia sistemática para enriquecerse, sino para que fuese una
gran bendición para el hombre. Vio que este sistema de beneficencia
era precisamente lo que el hombre necesitaba.
Aquellas iglesias que son más sistemáticas y generosas en sos-
tener la causa de Dios, son las más prósperas espiritualmente. La
verdadera generosidad del que sigue a Cristo identifica su interés
con el Maestro. En el trato de Dios con los judíos y con su pueblo
hasta el fin del tiempo, él requiere una benevolencia sistemática en
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proporción a las entradas. El plan de salvación fue basado en el
infinito sacrificio del Hijo de Dios. La luz del Evangelio, que irradia
de la cruz de Cristo, reprende el egoísmo y estimula la generosidad.
No es de lamentar que aumenten los pedidos de recursos. En su
providencia, Dios invita a su pueblo a que salga de su limitada esfera
de acción para emprender mayores cosas. En este tiempo, en que las
tinieblas morales están cubriendo el mundo, se necesitan esfuerzos
ilimitados. La mundanalidad y la avaricia están royendo las vísceras
de los hijos de Dios. Deben comprender que su misericordia es la
que multiplica las demandas de recursos. El ángel de Dios coloca
los actos generosos al lado de la oración. Le dijo a Cornelio: “Tus
oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios”.
Hechos 10:4
.
En sus enseñanzas, Cristo dijo: “Pues si en las riquezas injustas
no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?”
Lucas 16:11
.
La salud y la prosperidad espiritual de la iglesia dependen en ex-
tenso grado de su benevolencia sistemática. Es como la corriente
sanguínea que debe fluir por todo el ser, vivificando todo miembro
del cuerpo. Aumenta el amor por las almas de nuestros semejantes,
porque por la abnegación y el sacrificio propio somos puestos en
más estrecha relación con Cristo, quien por nosotros se hizo pobre.
Cuanto más invirtamos en la causa de Dios para ayudar en la sal-
vación de las almas, tanto más se les acercará nuestro corazón. Si
nuestro número fuera reducido a la mitad de lo que es, pero todos
trabajaran con devoción, tendríamos un poder que haría temblar