Página 420 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
al mundo. A los que trabajan activamente, Cristo ha dirigido estas
palabras: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo”.
Mateo 28:20
.
Encontraremos oposición proveniente de motivos egoístas, del
fanatismo y del prejuicio; pero con valor indómito y fe viva debemos
sembrar junto a todas las aguas. Los agentes de Satanás son formi-
dables; debemos hacerles frente y combatirlos. Nuestras labores no
se han de limitar a nuestro propio país. El campo es el mundo; la
mies está madura. La orden dada por Cristo a los discípulos antes de
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ascender fue: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura”.
Marcos 16:15
.
Nos sentimos profundamente apenados al ver a algunos de nues-
tros predicadores que se limitan a trabajar por las iglesias, haciendo
aparentemente algunos esfuerzos, pero casi sin obtener resultado por
sus labores. El campo es el mundo. Salgan a un mundo incrédulo, y
trabajen para convertir las almas a la verdad. Indicamos a nuestros
hermanos y hermanas el ejemplo de Abraham, quien subió al monte
Moria para ofrecer a su único hijo, a la orden de Dios. Esto era
obediencia y sacrificio. Moisés se encontraba en las cortes reales y
tenía delante de sí la perspectiva de una corona. Pero se apartó de
este soborno tentador, y “rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón,
escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar
de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores rique-
zas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios”.
Hebreos
11:24-26
.
Los apóstoles no contaban su vida por preciosa y se regocijaban
de ser tenidos por dignos de sufrir oprobio por el nombre de Cristo.
Pablo y Silas sufrieron la pérdida de todo. Fueron azotados y arroja-
dos brutalmente al piso frío de una mazmorra, en una posición muy
dolorosa, con los pies elevados y sujetos en el cepo. ¿Llegaron pro-
testas y quejas a los oídos del carcelero? ¡Oh, no! Desde el interior
de la cárcel, se elevaron voces que rompían el silencio de la noche
con cantos de gozo y alabanza a Dios. Animaban a estos discípulos
un profundo y ferviente amor por la causa de su Redentor, a favor
de la cual sufrían.
En la medida en que la verdad de Dios llene nuestro corazón,
absorba nuestros afectos y rija nuestra vida, tendremos por gozo el
sufrir por la verdad. Ni las paredes de la cárcel, ni la hoguera del