Página 470 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
que él invita a las almas a recorrer, pero tiene éxito en encubrirlos y
presenta sólo las atracciones. El gran Capitán de nuestra salvación
ha vencido en nuestro favor, para que a través de él podamos ser
vencedores, si así lo queremos. Pero Cristo no salva a nadie en
contra de su decisión; no obliga a nadie a obedecer. Hizo el sacrificio
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infinito para que podamos vencer en su nombre y para que su justicia
nos sea imputada.
Pero a fin de ser salvado usted debe aceptar el yugo de Cristo y
desechar el yugo que usted mismo ha modelado para su cuello. La
victoria que Jesús ganó en el desierto es una garantía de la victoria
que usted puede ganar mediante su nombre. Su única esperanza y
salvación está en vencer como Cristo venció. La ira de Dios pende
ahora sobre su persona. Usted ama las atracciones del mundo más
que el tesoro celestial. La concupiscencia de los ojos y el orgullo de
la vida lo han separado de Dios. Su confianza en su propio yo pobre,
débil, defectuoso, debe ser quebrantada. Debe sentir su debilidad
antes que pueda caer, con su carga, en las manos de Dios. El alma
que confía plena y enteramente en Dios nunca será confundida.
Dios no desea que consultemos nuestra propia conveniencia para
obedecerle. Cristo no se agradó a sí mismo cuando fue un hombre
entre los hombres. Fue un hombre de dolores, experimentado en
quebrantos. La Majestad del cielo no tuvo dónde reposar su cabeza,
ningún lugar que pudiera reclamar como suyo. Se volvió pobre por
causa nuestra, para que mediante él ciertamente pudiéramos ser
enriquecidos. No hablemos de sacrificio, porque no sabemos qué es
sacrificarse por la verdad. Hasta ahora apenas hemos levantado la
cruz por la amada causa de Cristo. No busquemos un camino más
fácil que la senda que nuestro Redentor recorrió antes de nosotros.
¡Cuán incompetente es usted, con toda su jactanciosa sabiduría, para
ser su propio guía! ¡Cuán propenso es usted a seguir los dictados de
una conciencia engañada, a andar en el camino del error, y a arrastrar
a otros consigo!
Su temperamento natural es tal que le son muy difíciles la su-
misión y la obediencia a los requerimientos de Dios. Su confianza
propia ilimitada, sus prejuicios y sus sentimientos lo inducen fácil-
mente a escoger una senda equivocada. Cristo será su guía infalible
si usted lo elige a él antes que a su propio juicio ciego. En su negocio
usted no ha tenido sinceridad de propósito para la gloria de Dios. Ha