Página 505 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El poder del apetito
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y se debilitan, porque sus fuerzas vitales se agotan con el trabajo
de desechar el exceso de alimentos; el hígado se recarga y le es
imposible eliminar las impurezas de la sangre; y la enfermedad
es el resultado. Si el ejercicio físico se combinara con el mental,
se apresuraría la circulación de la sangre, la acción del corazón
sería más perfecta, las impurezas se eliminarían, y todo el cuerpo
experimentaría nueva vida y vigor.
Cuando los ministros, los maestros y los estudiantes excitan
continuamente su cerebro por el estudio, y dejan al cuerpo inac-
tivo, los nervios de la emoción se recargan, mientras que los del
movimiento permanecen inactivos. Al usarse solamente los órganos
mentales, éstos se desgastan y debilitan, mientras que los músculos
pierden su vigor por falta de actividad. No hay inclinación a ejercitar
los músculos mediante el trabajo físico, porque el ejercicio parece
penoso.
Los ministros de Cristo, que profesan ser sus representantes, de-
ben seguir su ejemplo, y ante todo deben adquirir hábitos de estricta
temperancia. Deben mantener la vida y el ejemplo de Cristo delan-
te de la gente por medio de su propia vida abnegada, de sacrificio
propio y activa generosidad. Cristo venció el apetito en favor de los
hombres; y en su lugar ellos deben presentar a los demás un ejemplo
digno de ser imitado. Los que no sienten la necesidad de dedicarse a
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la obra de vencer al apetito, dejarán de obtener preciosas victorias,
y llegarán a ser esclavos del apetito y la concupiscencia, que están
llenando la copa de iniquidad de ios que moran en la tierra.
Los hombres que se dedican a dar el último mensaje de amo-
nestación al mundo, un mensaje que ha de decidir el destino de
las almas, deben hacer en su propia vida una aplicación práctica
de las verdades que predican a los demás. Deben ser para la gente
ejemplos en su manera de comer y beber y en su casta conversación
y comportamiento. En todas partes del mundo, la glotonería, la com-
placencia de las pasiones viles y los pecados graves son ocultados
bajo el manto de la santidad por muchos que profesan representar a
Cristo. Hay hombres de excelente capacidad natural, cuya labor no
alcanza a la mitad de lo que podría ser si ellos fuesen temperantes
en todas las cosas. La satisfacción del apetito y la pasión embota
la mente, disminuye la fuerza física y debilita el poder moral. Sus
pensamientos no son claros. No pronuncian sus palabras con poder;