Página 536 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El deber del hombre hacia sus semejantes
Se me han mostrado algunas cosas en cuanto a la familia del
hermano I, que me han preocupado tan fuertemente desde que estoy
en este lugar, que me atrevo a expresarlas por escrito. Se me ha
mostrado, hermano I, que en su familia hay un elemento de egoísmo
que se adhiere a ustedes como la lepra. Este egoísmo debe ser
descubierto y vencido, porque es un pecado grave a la vista de
Dios. Como familia ustedes han tenido en cuenta por tanto tiempo
sus propios deseos, sus propios placeres y conveniencias, que no
sienten que otros tienen derechos sobre ustedes. Sus pensamientos,
planes y esfuerzos son para el beneficio de ustedes. Viven para el yo;
no cultivan la benevolencia desinteresada, la cual, si la ejercitaran,
aumentaría y se fortalecería hasta ser su delicia vivir para el bien de
otros. Sentirían que tienen un objetivo en la vida, un propósito que
les traería ganancias de mayor valor que el dinero. Ustedes necesitan
tener un interés más especial por la humanidad, y al hacerlo pondrían
sus almas en una conexión más estrecha con Cristo y serían imbuidos
de tal manera con su Espíritu y se unirían a él con una tenacidad tan
firme que nada podría separarlos de su amor.
Cristo es la Vid viviente; y si ustedes son los sarmientos de esa
Vid, el alimento vivificador que corre por ella los alimentará para que
no sean improductivos o infructíferos. Ustedes, como familia y como
individuos, se han vinculado abiertamente con el servicio de Cristo;
y sin embargo son pesados en las balanzas del santuario y hallados
faltos. Todos ustedes necesitan experimentar una transformación
completa antes que puedan hacer esas cosas que los cristianos al-
truistas y consagrados debieran hacer. Nada sino una conversión
cabal puede darles un sentido correcto de sus defectos de carácter.
En gran medida, todos ustedes tienen el espíritu y amor del mundo.
Dice el apóstol Juan: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no
está en él”.
1 Juan 2:15
. Su espíritu egoísta estrecha y empequeñece
sus mentes restringiéndolas a sus propios intereses. Necesitan una
religión pura e incontaminada. La sencillez de la verdad los inducirá
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