Página 537 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El deber del hombre hacia sus semejantes
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a sentir compasión ante las aflicciones ajenas. Están aquellos que
necesitan su comprensión y amor. Cultivar esos rasgos de carácter
es parte del trabajo de la vida que Cristo nos ha dado a todos para
que hagamos.
Dios no lo excusará por no tomar la cruz y practicar la abnegación
haciendo bien a otros con motivos desinteresados. Si se esfuerza
para practicar la abnegación requerida de los cristianos, usted puede,
por la gracia de Dios, estar calificado para ganar almas para Cristo.
Dios tiene derechos sobre usted a los que nunca ha respondido. Hay
muchos a nuestro alrededor que tienen hambre de comprensión y
amor. Pero, como muchos otros, usted ha estado casi desprovisto de
ese amor humilde que fluye naturalmente en compasión y solidaridad
por los destituidos, los sufrientes y los necesitados. El rostro humano
en sí mismo es un espejo del alma, leído por otros, y tiene una
influencia reveladora sobre ellos para el bien o para el mal. Dios no
nos pide a ninguno de nosotros que observemos a nuestros hermanos
y nos arrepintamos de sus pecados. Nos ha dejado un trabajo para
hacer, y nos pide que lo hagamos resueltamente, en su temor, con el
solo propósito de buscar su gloria.
Toda persona, ya sea fiel o no, debe dar a Dios razón de sí, no
de otros. El ver faltas en otros profesos cristianos y condenar su
conducta no nos excusará ni contrapesará siquiera un error nuestro.
No debiéramos convertir a otros en nuestro criterio ni excusar nada
en nuestra conducta porque otros han hecho mal. Dios nos ha dado
nuestra propia conciencia. En su Palabra han sido expuestos grandes
principios, que son suficientes para guiarnos en nuestra trayectoria
cristiana y conducta general. Ustedes, mis queridos amigos, como
familia, no han guardado los principios de la ley de Dios. Nunca han
sentido la carga del deber que le incumbe al hombre respecto a sus
semejantes.
“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle:
Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo:
¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
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con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a
ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero
él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi
prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: