Página 546 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
carente de ternura para con los hijos de su esposo. Ella no corrige y
reprende meramente por ofensas graves, sino por asuntos triviales
que debieran pasarse por alto. La crítica constante es mala, y el
Espíritu de Cristo no puede morar en el corazón donde ella existe.
J se siente inclinada a pasar por alto lo bueno que hay en sus hijos
sin una palabra de aprobación, pero está siempre lista para atacar
con censuras si ve alguna falta. Esto siempre desanima a los niños
y los induce a formar hábitos de descuido. Despierta lo malo en el
corazón y hace que éste arroje lodo y suciedad. En los niños que son
censurados habitualmente habrá un espíritu de “No me importa”, y
frecuentemente se manifestarán malas pasiones sin considerar las
consecuencias.
Toda vez que la madre pueda hablar una palabra de alabanza por
la buena conducta de sus hijos, debiera hacerlo. Debiera animarlos
mediante palabras de aprobación y miradas de amor. Esto será como
rayos de sol para el corazón de un niño y lo llevará a cultivar el
respeto propio y la dignidad de carácter. La hermana J debiera
cultivar la ternura y la comprensión. Debiera manifestar tierno afecto
por los hijos sin madre que están bajo su cuidado. Esto sería una
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bendición para esos niños, conferida por el amor de Dios, y recaería
sobre ella nuevamente en afecto y amor.
Los niños tienen una naturaleza sensible y amante. Fácilmente
se los complace y fácilmente se los hace desdichados. Mediante
la disciplina bondadosa con palabras y actos amantes, las madres
pueden atar a sus hijos a su corazón. Manifestar severidad y ser
exigente con los hijos son grandes errores. La firmeza uniforme y
un control sereno son necesarios para la disciplina de cada familia.
Diga con calma lo que quiere decir, proceda en forma considerada,
y cumpla con lo que dice sin desviarse.
Usted se verá recompensada al manifestar afecto en su trato con
sus hijos. No cause en ellos aversión al no simpatizar con sus juegos
infantiles, sus goces y alegrías. Nunca tenga el ceño fruncido ni per-
mita que se escape de sus labios una palabra dura. Dios escribe todas
estas palabras en su libro de registros. Las palabras duras agrian
el temperamento y hieren los corazones de los niños, y en algunos
casos estas heridas son difíciles de sanar. Los niños son sensibles
hacia la menor injusticia, y algunos se desaniman por ello y no pres-
tarán atención a las órdenes dichas en voz alta y airadamente ni se