Página 56 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
Aquellos que tienen la causa de Dios en el corazón y sienten
amor por las almas preciosas por las cuales Cristo murió, no buscarán
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su propia comodidad o placer. Harán como Cristo hizo. Saldrán a
“buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Lucas 19:10
. Él dijo: “No
he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”.
Mateo 9:13
.
Si los ministros en Nueva York desean ayudar a la iglesia, no
hay mejor manera de hacerlo que yendo a campos nuevos y traba-
jando para traer almas a la verdad. Cuando la iglesia vea que los
ministros están inflamados con el espíritu de trabajo, que sienten
profundamente la fuerza de la verdad, y que están tratando de traer
a otros al conocimiento de la misma, esto les infundirá nueva vida y
vigor a los miembros. Sus corazones se sentirán conmovidos para
hacer lo que pueden a fin de ayudar en la obra. No hay un grupo
de personas en el mundo que estén más dispuestas a sacrificar sus
medios para promover la causa que los adventistas del séptimo día.
Si los ministros no los desaniman completamente con su indolencia
e ineficiencia, y con su falta de espiritualidad, generalmente respon-
derán a cualquier apelación que pueda hacerse que parezca meritoria
a su juicio y a sus conciencias. Pero desean ver fruto. Y es correcto
que los hermanos de Nueva York demanden fruto de sus ministros.
¿Qué han hecho? ¿Qué están haciendo?
Los ministros en Nueva York debieran estar mucho más adelan-
tados de lo que están. Pero no se han ocupado en esa clase de trabajo
que requiere esfuerzo ferviente y fuerte oposición. Si lo hubieran
hecho, se habrían sentido impulsados a acudir a sus Biblias y a la
oración a fin de poder responder a sus oponentes; y al ejercitar sus
talentos éstos se habrían duplicado. Hay ministros en Nueva York
que han estado predicando por años, pero de quienes no puede de-
penderse para dar una serie de conferencias. Se han empequeñecido.
No han ejercitado sus mentes estudiando la Palabra y enfrentando
oposición, como para que pudieran llegar a ser fuertes en Dios. Si
como fieles soldados de la cruz de Cristo, hubieran ido “fuera del
campamento”, dependiendo de Dios y de sus propias energías, antes
que apoyándose tan marcadamente en sus hermanos, habrían obteni-
do experiencia, y ahora estarían capacitados para ocuparse en la obra
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doquiera su ayuda fuera más necesaria. Si en términos generales
los ministros en Nueva York hubieran permitido que las iglesias