Página 562 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
por Dios para mantener tiernos y llenos de compasión los corazones
de los hijos de los hombres, y para estimular en ellos un interés
y afecto mutuo en imitación del Maestro, quien por nuestra causa
se hizo pobre, para que a través de su pobreza nosotros fuéramos
enriquecidos. La ley del diezmo fue fundada sobre un principio
permanente y fue ideada para ser una bendición para el hombre.
El sistema de benevolencia fue dispuesto para prevenir el grave
mal de la codicia. Cristo vio que en la práctica de los negocios el
amor a las riquezas sería la mayor causa de la extirpación de la
verdadera piedad del corazón. Vio que el amor al dinero congelaría
en forma profunda y dura las almas de los hombres, deteniendo
la corriente de impulsos generosos y cerrando sus sentidos a las
necesidades del sufriente y el afligido. “Prestad atención—fue su
advertencia repetida a menudo—, y guardaos de la codicia”. “No
podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Mateo 6:24
. Las advertencias
reiteradas e impresionantes de nuestro Redentor están en contraste
marcado con las acciones de sus profesos seguidores que evidencian
en sus vidas tan grande avidez de ser ricos y que muestran que
no saben apreciar las palabras de Cristo. La codicia es uno de los
pecados más comunes y populares de los últimos días, y tiene una
influencia paralizadora sobre el alma.
Hermano P, el deseo de riquezas ha sido la idea central de su
mente. Esta pasión por conseguir dinero ha embotado todo motivo
elevado y noble, y lo ha vuelto indiferente a las necesidades e intere-
ses de otros. Usted se ha hecho casi tan insensible como un pedazo
de hierro. Su oro y su plata se han corrompido, y han llegado a ser
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una úlcera devoradora para el alma. Si su benevolencia creciera con
sus riquezas, usted habría considerado el dinero como un medio por
el cual podría hacer el bien. Nuestro Redentor, que conocía el peligro
del hombre respecto a la codicia, ha provisto una salvaguardia contra
este terrible mal. Ha dispuesto el plan de salvación de tal modo que
comience y termine con benevolencia. Cristo se ofreció a sí mismo,
un sacrificio infinito. Esto, en sí y por sí, va directamente en contra
de la codicia y exalta la benevolencia.
La benevolencia constante y abnegada es el remedio de Dios
para los pecados ulcerosos del egoísmo y la codicia. Dios ha dis-
puesto que la benevolencia sistemática sostenga su causa y alivie
las necesidades de los sufrientes y menesterosos. Ha ordenado que