Página 568 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
que necesitan ser salvadas. Él ha colocado externamente la dignidad
de un ministro evangélico, mientras que no ha sentido que para tener
éxito en la presentación de la verdad eran esenciales una experiencia
real en el misterio de la piedad y un conocimiento de la voluntad
divina.
El hermano R es demasiado frío y carente de comprensión. No
llega directamente a los corazones mediante la sencillez cristiana,
la ternura y el amor que caracterizaban la vida de Cristo. En este
respecto es esencial que cada hombre que trabaja por la salvación
de las almas imite al modelo que le es dado en la vida de Cristo.
Si los hombres fracasan en educarse a ellos mismos para llegar a
ser obreros en la viña del Señor, podría ser mejor que se prescin-
diera de ellos. Sería una norma pobre sostener con la tesorería de
Dios a aquellos que realmente desmejoran y dañan su obra, y que
constantemente están rebajando la norma del cristianismo.
A fin de que un hombre llegue a ser un ministro de éxito, es
esencial algo más que un conocimiento libresco. El que trabaja
por las almas necesita integridad, inteligencia, diligencia, energía y
tacto. Todas estas cualidades son altamente esenciales para el éxito
de un ministro de Cristo. Ningún hombre con estas características
puede ser inferior, sino que tendrá una influencia convincente. A
menos que el obrero en la causa de Dios pueda ganar la confianza
de las personas por quienes trabaja, no puede hacer sino poco bien.
El obrero en la viña del Señor diariamente debe derivar fuerza de
arriba para resistir el mal y para mantener la rectitud en medio de las
diversas pruebas de la vida, y su alma debe ser puesta en armonía
con su Redentor. Puede ser un colaborador con Jesús, trabajando
como él trabajó, amando como él amó, y poseyendo, como él, poder
moral para resistir las pruebas de carácter más fuertes.
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El hermano R debiera cultivar la sencillez. Debiera poner a un
lado su falsa dignidad y permitir que el Espíritu de Dios entre en él
y santifique, eleve, purifique y ennoblezca su vida. Entonces puede
llevar la carga por las almas que un verdadero ministro del evangelio
debe sentir cuando presenta un mensaje de solemne amonestación
a aquellos que están en peligro, quienes perecerán en su oscuridad
a menos que acepten la luz de la verdad. Esta dignidad tomada
en préstamo de su Redentor lo adornará con gracia divina, porque
mediante ella es conducido a una estrecha unión con Jesucristo.