Página 572 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
La empresa de obtener la vida eterna está por encima de toda
otra consideración. Dios no desea holgazanes en su causa. La obra
de amonestar a los pecadores a huir de la ira venidera requiere
hombres fervientes que sientan la carga por las almas y que no estén
inclinados a aprovecharse de toda excusa a fin de evitar cargas o
para dejar el trabajo. Los pequeños motivos de desánimo, como el
tiempo desagradable o las enfermedades imaginarias, parecen razón
suficiente al hermano R para excusarlo de hacer un esfuerzo. Aun
apelará a su compasiva comprensión, y cuando surjan deberes que
no se siente inclinado a cumplir, cuando su indolencia clama por
ser complacida, él frecuentemente presenta la excusa de que está
enfermo, cuando no hay razón por la cual debería estar enfermo,
a menos que debido a hábitos indolentes y a la complacencia del
apetito todo su sistema se haya trabado por la inacción. Podría tener
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buena salud si observa estrictamente las leyes de la vida y la salud,
y practicara la luz sobre la reforma pro salud en todos sus hábitos.
El hermano R no es el hombre para el trabajo en estos últimos
días a menos que se reforme enteramente. Dios no llama a ministros
que son demasiado indolentes para ocuparse en trabajo físico, para
que lleven el mensaje probatorio de advertencia al mundo. Quiere
obreros en su causa. Los obreros verdaderos, fervientes, abnegados,
lograrán algo.
Hermano R, su enseñanza de la verdad a otros ha sido un com-
pleto error. Si Dios llama a un hombre, no cometerá un desacierto
tan grande como tomar a alguien de tan poca experiencia en la vida
práctica y en las cosas espirituales como la que usted ha tenido.
Usted tiene capacidad para hablar, en lo que a eso respecta, pero la
causa de Dios requiere hombres de consagración y energía. Usted
puede cultivar estos rasgos, puede obtenerlos si quiere. Al cultivar
perseverantemente los rasgos opuestos a aquellos en los que ahora
falla, usted puede aprender a vencer esas deficiencias de su carác-
ter que se han incrementado desde su juventud. Salir meramente y
hablar a la gente de vez en cuando no es trabajar para Dios. No hay
verdadero trabajo en ello.
Aquellos que trabajan para Dios apenas han comenzado la obra
cuando dan un discurso en el púlpito. Después de esto viene el verda-
dero trabajo, hacer visitas de casa en casa, conversar con miembros
de la familia, orar con ellos, y acercarse solidariamente a aquellos a