Página 573 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Diligencia en el ministerio
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quienes deseamos beneficiar. No le restará dignidad a un ministro
de Cristo estar alerta para ver y comprender las cargas y cuidados
temporales de las familias que visita, y ser útil, tratando de aliviarlos
donde pueda al ocuparse en trabajo físico. De esta manera tiene
un poder de influencia para desmontar la oposición y derribar el
prejuicio, que dejaría de tener si en todo lo demás fuera plenamente
eficiente como un ministro de Cristo.
Nuestros ministros jóvenes no tienen la responsabilidad de es-
cribir, que los de más edad y experiencia tienen. No llevan una
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multiplicidad de responsabilidades que abruman la mente y des-
gastan a la persona. Pero son precisamente estas cargas de servicio
solícito lo que perfecciona la experiencia cristiana, da poder mo-
ral, y convierte en hombres fuertes, eficientes, a aquellos que están
ocupados en la obra de Dios. El evitar cargas y responsabilidades
desagradables nunca hará de nuestros ministros hombres fuertes
de quienes puede dependerse en una crisis religiosa. Muchos de
nuestros ministros jóvenes son tan débiles como bebés en la obra de
Dios. Y algunos que han estado ocupados en el trabajo de enseñar
la verdad por años no son todavía obreros capaces, que no necesitan
avergonzarse. No han crecido fuertes en experiencia al ser desafiados
por influencias opuestas. Se han excusado de practicar ese ejercicio
que fortalecería los músculos morales, dando poder espiritual. Pero
ésta es precisamente la experiencia que necesitan a fin de alcanzar
la plena estatura de hombres en Cristo Jesús. No obtienen poder
espiritual al rehuir deberes y responsabilidades, y entregarse a la
indolencia y al amor egoísta de la comodidad y el placer.
El hermano R no carece de habilidad para revestir sus ideas con
palabras, pero le falta espiritualidad y verdadera santidad de corazón.
No ha bebido profundamente en la fuente de verdad. Si hubiera
aprovechado sus momentos de oro para estudiar la Palabra de Dios
podría ser ahora un obrero capaz, pero es demasiado indolente como
para aplicar su mente rigurosamente y aprender por sí las razones de
nuestra esperanza. Está contento con tomar material que otras mentes
y plumas han trabajado para producir, y con usar sus pensamientos,
que están listos a su disposición, sin esfuerzo ni empeño de su mente,
ni reflexión cuidadosa, o meditación acompañada de oración que él
mismo practique.