Página 579 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Los padres como reformadores
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carne constituye el artículo principal del alimento sobre las mesas de
algunas familias, hasta que su sangre se llena de humores cancerosos
y escrofulosos. Sus cuerpos se componen de lo que comen. Pero
cuando viene sobre ellos el sufrimiento y la enfermedad, se considera
que es una calamidad procedente de la Providencia.
Repetimos: la intemperancia comienza en nuestras mesas. Se
complace el apetito hasta que su gratificación se convierte en una
segunda naturaleza. Por el uso del té y el café se forma un apetito
por el tabaco, y esto estimula el apetito por los licores.
Muchos padres, para evitar la tarea de educar pacientemente a
sus hijos en los hábitos de la abnegación y enseñarles cómo utilizar
correctamente todas las bendiciones de Dios, los consienten en el
comer y beber toda vez que ellos quieren. El apetito y la complacen-
cia egoísta, a menos que sean positivamente restringidos, aumentan
con el crecimiento y se fortalecen con la fuerza. Cuando estos niños
comienzan a vivir por cuenta propia y toman su lugar en la sociedad,
son impotentes para resistir la tentación. La impureza moral y la
iniquidad grosera abundan por doquiera. La tentación a complacer el
gusto y gratificar las inclinaciones no ha disminuido con el aumento
de los años, y la juventud en general está gobernada por impulsos y
es esclava del apetito. En el glotón, el devoto del tabaco, el borrachín
y el ebrio vemos los resultados malignos de la educación defectuosa.
Cuando oímos las tristes lamentaciones de hombres y mujeres
cristianos sobre los terribles males de la intemperancia, inmedia-
tamente se levantan preguntas en la mente: ¿Quiénes han educado
a la juventud y les han dado su sello de carácter? ¿Quiénes han
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fomentado en ellos los apetitos que han adquirido? ¿Quiénes han
descuidado la más solemne responsabilidad de moldear sus mentes y
formar sus caracteres para que sean útiles en esta vida, y aptos para
la sociedad de los ángeles celestiales en la vida venidera? Una gran
cantidad de seres humanos que encontramos por doquiera son una
maldición viviente para el mundo. Viven para ningún otro propósito
que complacer el apetito y la pasión, y para corromper el alma y el
cuerpo con hábitos disolutos. Éste es un reproche terrible para las
madres que son devotas de la moda, que han vivido para los vesti-
dos y la ostentación, que han descuidado de hermosear sus propias
mentes y formar sus propios caracteres según el Modelo divino, y