Página 582 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
pio carácter y cualidades, sino en humillarse tomando la humanidad
caída a fin de elevarlos consigo a una vida superior. Los mundanos
tratan de encumbrarse al puesto de quienes están por encima de
ellos o llegar a ser superiores a ellos. Pero Jesús, el Hijo de Dios, se
humilló a sí mismo para elevar al hombre, y el verdadero seguidor
de Cristo tratará de encontrar a las personas donde ellas están a fin
de elevarlas.
¿Sentirán las madres de esta generación el carácter sagrado de
su misión y no tratarán de rivalizar con sus vecinos ricos en las
apariencias, sino que tratarán de superarlos en el cumplimiento fiel
de la obra de instruir a sus hijos para la vida mejor? Si los hijos
y los jóvenes fueran entrenados y educados para tener hábitos de
abnegación y dominio propio, si se les enseñara que han de comer
para vivir en vez de vivir para comer, habría menos enfermedades
y menos corrupción moral. Habría poca necesidad de cruzadas de
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temperancia, que significan tan poco, si en la juventud que forma y
modela a la sociedad, pudieran implantarse principios correctos en
cuanto a la temperancia. Tendrían entonces valor e integridad moral
para resistir, en la fuerza de Jesús, la contaminación de estos últimos
días.
Es un asunto sumamente difícil desaprender los hábitos a los
que se ha cedido a lo largo de la vida y que han pervertido el apetito.
No se conquista fácilmente el demonio de la intemperancia. Es de
fuerza gigantesca y difícil de vencer. Pero que los padres comiencen
una cruzada contra la intemperancia en sus propios hogares, en
sus propias familias, con los principios que enseñan a sus hijos a
seguir desde su misma infancia, y podrán esperar el éxito. Valdrá
la pena, madres, usar las horas preciosas que Dios os ha dado en
formar, desarrollar y entrenar los caracteres de vuestros hijos, y en
enseñarles a adherirse estrictamente a los principios de temperancia
en la comida y la bebida.
Los padres pueden haber transmitido a sus hijos tendencias al
apetito y la pasión, las que harán más difícil la obra de educar e
instruir a estos hijos para ser estrictamente temperantes y para que
tengan hábitos puros y virtuosos. Si el apetito por comida insalubre y
por estimulantes y narcóticos les ha sido transmitido como un legado
de sus padres, ¡qué responsabilidad terriblemente solemne descansa
sobre los padres para contrarrestar las tendencias malignas que les