Página 72 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
él ha dado, tendrían ahora una experiencia que sería de inestimable
valor. Si hubiesen mejorado los talentos que Dios les prestó, habrían
brillado como luces en el mundo. Pero la luz se vuelve tinieblas para
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aquellos que no caminen en ella. A fin de ser aceptados y bendecidos
por Dios como lo fueron nuestros padres, debemos ser fieles, al igual
que ellos. Debemos mejorar nuestra luz como los fieles y antiguos
profetas mejoraron la suya. Dios requiere de nosotros resultados en
armonía con la gracia que nos ha concedido, y no aceptará menos
de lo que demanda. Todas sus justas demandas deben ser satisfechas
plenamente. A fin de cumplir con nuestras responsabilidades, debe-
mos colocarnos en ese elevado terreno que el orden y el progreso de
la verdad bendita y sagrada nos ha preparado.
El hermano L no comprende la influencia santificadora de la
verdad de Dios sobre el corazón. Él no es tan paciente, humilde
y tolerante como debiera ser. Se irrita fácilmente; surge el yo, y
dice y hace muchas cosas sin la debida reflexión. No ejerce en
todo momento una influencia salvadora. Si estuviera imbuido con
el Espíritu de Cristo, con una mano podría tomarse del Poderoso,
mientras que con la mano de la fe y del amor podría alcanzar al
pobre pecador. El hermano L necesita la influencia poderosa del
amor divino, porque él renovará y refinará el corazón, santificará la
vida, y elevará y ennoblecerá todo el ser. Entonces sus palabras y
obras tendrán sabor de cielo antes que de su propio espíritu.
Si se siembran palabras de vida eterna en el corazón, se produci-
rán frutos de justicia y paz. Mi querido hermano, usted debe vencer
el espíritu de autosuficiencia y de importancia propia. Debería culti-
var un espíritu dispuesto a ser instruido y aconsejado. No importa lo
que otros puedan decir o hacer, usted debiera decir: ¿Qué tiene que
ver eso conmigo? Cristo me ha ordenado seguirlo. Usted debiera
cultivar un espíritu de mansedumbre. Necesita adquirir experiencia
en la piedad genuina, y a menos que la obtenga, no puede ocuparse
juiciosamente en la obra de Dios. Su espíritu debe ser suavizado y
subyugado siendo obediente a la voluntad de Cristo. En todo mo-
mento usted debiera mantener la humilde dignidad de un seguidor
de Jesús. Nuestro porte, nuestras palabras y acciones, predican a
otros. Somos epístolas vivientes, conocidas y leídas por todos los
hombres.
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