Página 83 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Experiencia no digna de confianza
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que están enfermos y confían en este tratamiento, dependiendo de
él, mientras que descuidan ejercitar sus músculos, cometen un gran
error.
Hay millares de enfermos y moribundos a nuestro alrededor que
podrían sanarse y vivir si lo quisieran; pero su imaginación se lo
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impide. Temen que empeorarán si trabajan o hacen ejercicio, cuando
éste es justamente el cambio que necesitan para sanarse. Sin esto
nunca mejorarán. Debieran ejercitar el poder de la voluntad, elevarse
por encima de sus dolores y debilidad, ocuparse en un empleo útil y
olvidar que tienen espaldas, costados, pulmones y cabezas doloridos.
Descuidar el ejercicio de todo el cuerpo, o de una porción de él,
acarreará condiciones mórbidas. La inacción de cualquiera de los
órganos del cuerpo tendrá como consecuencia una reducción en el
tamaño y la fuerza de los músculos, y hará que la sangre circule
lentamente a través de los vasos sanguíneos.
Si hay tareas por hacer en su vida doméstica, usted no piensa
que podría hacerlas, sino que depende de otros. A veces le resulta
sumamente inconveniente obtener la ayuda que necesita. Frecuen-
temente usted gasta el doble de la fuerza requerida para efectuar
la tarea, en planear y buscar a alguien que le haga el trabajo. Si
usted solamente se propusiera hacer esas pequeñas tareas y deberes
familiares, recibiría bendiciones y se fortalecería, y su influencia
en la causa de Dios sería mucho mayor. Dios hizo a Adán y Eva
en el Paraíso, y los rodeó con todo lo que era útil y hermoso. Les
plantó un hermoso jardín. No faltó ninguna hierba ni flor ni árbol
que podría servir para uso u ornamento. El Creador del hombre sabía
que Adán y Eva no podrían ser felices si no estuvieran ocupados.
El Paraíso deleitaba sus almas, pero esto no era suficiente; debían
tener un trabajo que pusiera en ejercicio los órganos maravillosos
del cuerpo. El Señor había hecho los órganos para que se usaran. Si
la felicidad hubiera consistido en no hacer nada, se hubiera dejado
al hombre, en su estado de santa inocencia, sin ocupación. Pero el
que formó al hombre sabía lo que sería para su máxima felicidad, y
apenas lo hizo, le asignó una tarea. A fin de ser feliz debía trabajar.
Dios nos ha dado a todos algo que hacer. Al ejecutar los diversos
deberes que tenemos que cumplir, que están en nuestro camino,
nuestras vidas serán útiles y seremos bendecidos. No sólo los ór-
ganos del cuerpo se fortalecerán por el ejercicio, sino que la mente
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