Página 94 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
campo escribiendo y hablando. Mientras mi esposo esté sobrecarga-
do, como lo ha estado, con un cúmulo de preocupaciones y asuntos
financieros, su mente no puede ser tan fructífera en la Palabra como
lo sería en otras circunstancias. Y él se halla expuesto a los asaltos
del enemigo; porque ocupa un puesto donde existe una presión cons-
tante, y habrá hombres y mujeres, como ocurrió con los israelitas,
que serán tentados a quejarse y murmurar contra él, que ocupa el
puesto de mayor responsabilidad en la causa y obra de Dios.
Al estar bajo estas cargas que ninguna otra persona se aventura-
ría a tomar, mi esposo, bajo la presión de la ansiedad, ha hablado a
veces sin la debida consideración y con aparente severidad. A veces
ha censurado a los que estaban en la oficina porque no eran cuidado-
sos. Y cuando han ocurrido errores innecesarios, él ha considerado
justificable sentir indignación por la causa de Dios. Este curso de
acción no siempre ha tenido los mejores resultados. A veces trajo
como consecuencia que aquellos que fueron reprobados dejaron de
hacer las mismas cosas que deberían haber hecho, porque temían
que no las harían en forma correcta; y entonces se les echaría la
culpa por ello. En la medida en que éste ha sido el caso, la carga ha
caído más pesadamente sobre mi esposo.
Lo mejor para él habría sido ausentarse de la oficina más de lo
que lo ha hecho, y dejar que otros hicieran el trabajo. Y si después
de una prueba paciente y justa, demostraran ser infieles o incapaces
para el trabajo, tendría que despedírselos, dejando que se ocuparan
en negocios donde sus desaciertos y errores afectarían sus intereses
personales y no la causa de Dios.
Estaban aquellos que estuvieron a la cabeza del negocio de
la Asociación Publicadora quienes, por no decir algo peor, fueron
infieles. Y si aquellos que estaban asociados con ellos como fidei-
comisarios hubieran estado al tanto de lo que pasaba y sus ojos no
hubiesen estado cegados y su sensibilidad paralizada, esos hombres
habrían sido separados de la obra mucho antes de cuando lo fueron.
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Cuando mi esposo se recuperó de su larga y severa enfermedad,
se encargó del trabajo confuso y desordenado, tal como fue dejado
por hombres infieles. Trabajó con todo el tesón y la fuerza de la
mente y el cuerpo que poseía, para poner en orden el trabajo y
librarlo de la vergonzosa confusión en la que lo habían sumido
aquellos que le daban un lugar prominente a sus propios intereses y