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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Se me mostró que el peligro está en su amor por las posesiones.
Sus oídos no están prontos a escuchar el llamado del Maestro en
la persona de sus santos y en las necesidades de su causa. No son
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felices invirtiendo su tesoro en la empresa del cristianismo. Si desean
un tesoro en el cielo asegúrenlo mientras tengan oportunidad. Si
piensan que dedicar sus medios a la mayor acumulación de riquezas
terrenales e invertir con escasez en la causa de Dios es más seguro,
se sentirán satisfechos de recibir los tesoros celestiales de acuerdo
con sus inversiones celestiales.
Desean que la causa de Dios progrese, pero sus esfuerzos en esa
dirección son pocos. Si ustedes, y otros que profesan nuestra santa
fe, pudieran ver cuál es su posición real y se dieran cuenta de la
responsabilidad contraída con Dios, serían colaboradores sinceros
de Jesús. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con toda tu mente”.
Mateo 22:37
. No puede haber división
de intereses, porque todo el corazón, toda el alma y toda la mente
incluye a toda la persona.
El apóstol dice: “No sois vuestros. Porque habéis sido compra-
dos por precio”.
1 Corintios 6:19, 20
. Cuando el pecador mísero y
condenado estaba sujeto a la maldición de la ley, Jesús lo amó tanto
que se dio a sí mismo por el transgresor. Lo redimió con la virtud de
su sangre. No podemos dar el valor justo al precioso rescate pagado
para redimir al hombre caído. Los mejores y más santos afectos
del corazón deben ser devueltos para pagar tan maravilloso amor.
Recibieron en préstamo los dones temporales que disfrutan para que
ayudaran al progreso del reino de Dios.
Hablo del sistema de diezmos, que me parece tan precario. ¡Cuán
vano es el esfuerzo de medir con reglas matemáticas el tiempo, el
dinero y el amor ante un amor y un sacrificio sin medida! ¡Los
diezmos para Cristo son una limosna tan mísera, un precio tan
irrisorio, para pagar algo que costó tanto! Desde la cruz del calvario,
Cristo pide una rendición incondicional. Prometió al joven rico
que si vendía todo lo que tenía y lo daba a los pobres y después
tomaba su cruz y lo seguía tendría un tesoro en el cielo. Todo lo que
poseemos debería estar consagrado a Dios. La Majestad del cielo
vino al mundo para morir en sacrificio por los pecados del hombre.
El corazón humano es tan frío y egoísta que se aparta de un amor
tan incomparable y se interesa en las cosas vanas de este mundo.