Página 125 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Conflicto de intereses
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Cuando la autocomplacencia luche por vencerlos, tengan en la
mente a Aquel que dejó los gloriosos atrios celestiales, se despojó de
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las vestiduras reales por amor a ustedes y se hizo pobre para que por
medio de su pobreza ustedes sean hechos ricos. ¿Menospreciarán
ese gran amor y esa misericordia sin límites rechazando afrontar las
dificultades y rehusando negarse a ustedes mismos por amor a él?
¿Se aferrarán a los tesoros de esta vida y desatenderán la ayuda en
el avance de la obra de verdad?
En la antigüedad, los hijos de Israel, que habían caído en la
degradación moral, recibieron la orden de ofrecer un sacrificio por
toda la congregación con el fin de purificarlos. Ese sacrificio era
una becerra alazana y representaba la ofrenda más perfecta que
podía redimir de la contaminación del pecado. Fue un sacrificio
especial destinado a purificar a todos aquellos que, intencionada o
accidentalmente, habían tocado a un muerto. Todos los que de algún
modo habían entrado en contacto con la muerte estaban considerados
ceremonialmente impuros. Esto estaba destinado a ilustrar de manera
gráfica a los hebreos que la muerte vino a consecuencia del pecado y
es su representante. La única becerra, la única arca, la única serpiente
de bronce, apuntan de manera clara a la única gran ofrenda, el
sacrificio de Cristo.
La becerra tenía que ser alazana, símbolo de la sangre. Tenía
que estar libre de mancha y defecto y no haber sido uncida a yugo
alguno. Una vez más era el tipo de Cristo. El Hijo de Dios vino
voluntariamente para cumplir la obra de expiación. No había ningún
yugo de obligación que lo ligara, porque era independiente y estaba
por encima de la ley. Los ángeles, como mensajeros inteligentes de
Dios estaban bajo el yugo de la obligación, ningún sacrificio personal
de su parte podría expiar la culpa del hombre caído. Solamente
Cristo estaba fuera de las exigencias de la ley para tomar sobre sí la
redención de la raza pecadora. Tenía poder para entregar su vida y
volver a tomarla. “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse”.
Filipenses 2:6
.
El Ser glorioso amó tanto a los pobres pecadores que tomó sobre
sí la forma de un siervo para sufrir y morir en favor de los hombres.
Jesús pudo haber permanecido a la diestra de su Padre, con la corona
real en la sien y vistiendo las ropas reales. Sin embargo, escogió
cambiar las riquezas, el honor y la gloria del cielo por la pobreza de