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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
ha empecinado aún más en poner en práctica sus ideas sin tener en
cuenta los deseos de los demás.
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Corre el peligro de pasar por dificultades porque no está dispues-
to a permitir la libertad de juicio y opinión de aquellos que lo rodean.
Sería bueno que recordara que pueden tener en tan alta estima sus
maneras y sus opiniones como usted tiene las suyas. Es muy fácil
que, cuando censuramos a otros porque no están de acuerdo con
nosotros, perdamos de vista este punto. Gobierna a los miembros
de su familia con demasiada rigidez. Es muy puntilloso y los carga
de preceptos y órdenes; y si, por ventura, su opinión es distinta, se
obstina aún más en actuar según sus ideas y demostrar que es el
dueño indiscutible de su casa.
En apariencia, considera que basta con decir que una cosa debe
ser hecha para que se haga del modo exacto en que usted indica. A
menudo, su arbitrariedad pone sus ideas y juicios entre sus familiares
y su propio sentido de lo correcto o apropiado según las circunstan-
cias. Ha cometido un gran error al quebrantar la voluntad y el juicio
de su esposa, requiriéndole que se rinda incondicionalmente a su
sabiduría superior so pena de traer la discordia al hogar.
No gobierne los actos de su esposa ni la trate como alguien que
depende servilmente de usted no se ponga jamás por encima de ella,
ni se excuse diciendo: “No tiene experiencia y es inferior a mí”. Deje
de someter irracionalmente la voluntad de ella a la de usted, porque
su esposa posee su propia individualidad que no se debe fundir con
la de usted. He observado que muchas familias naufragaban a causa
del despótico gobierno que la cabeza de familia ejercía, mientras
que el diálogo y el consenso podrían haber sido los impulsores de la
armonía y bienestar.
Hermano, usted presume de sí mismo. Ejerce su autoridad aun
fuera de sus propios dominios. Se imagina que conoce la mejor
manera de hacer el trabajo de la cocina. Tiene sus peculiares ideas
sobre el funcionamiento del departamento de trabajo y espera que
los demás se adapten como máquinas a tales ideas y observen el
orden específico que le complace.
Los esfuerzos por conseguir que sus amigos se rindan mansa-
mente a su voluntad son fútiles y vanos. Ninguna mente ha sido
moldeada del mismo modo, y no está bien que así sea; porque si
fueran idénticas habría menos armonía y adaptabilidad natural de
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