Página 136 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
que la fe y el celo de aquellos pobres y débiles que se debaten por
hacer lo correcto en el desaliento y las tinieblas.
Los ángeles del cielo puro y santo vienen a este mundo conta-
minado para compadecerse de los más débiles, los más desvalidos
y necesitados; y Cristo mismo descendió de su trono para ayudar
a esas mismas gentes. No tiene derecho a mantenerse alejado de
los que flaquean; ni tiene el derecho de declarar su clara superiori-
dad sobre ellos. Póngase en sintonía con Cristo, apiádese de ellos y
ayúdelos, del mismo modo que Cristo se apiadó de usted.
Deseó trabajar por el Maestro. Aquí tiene un trabajo que le será
aceptable: el mismo trabajo para el cual fueron alistados los ánge-
les. Puede ser su colaborador. Sin embargo, nunca será llamado a
predicar la palabra a las personas. Aunque, en general, su conoci-
miento de la fe sea correcto, le faltan las cualidades de un maestro.
Carece de la facultad de adaptarse a las necesidades y modos de los
demás. Su voz no tiene suficiente volumen. En las reuniones de la
asamblea, habla demasiado bajo para que los asistentes lo oigan.
Querido hermano, a menudo también corre el peligro de llegar a
ser tedioso. Aun en las pequeñas reuniones, sus observaciones son
demasiado extensas. Cierto que todas sus palabras son verdad, pero
para alcanzar el alma deben ir acompañadas del fervor del poder
espiritual. Debemos decir las cosas con las palabras justas para no
fatigar a la audiencia, o el tema no hallará lugar en sus corazones.
Hay muchas tareas que todos podemos desempeñar. Apreciado
hermano, puede hacer un gran servicio ayudando a aquellos que más
necesitan el socorro. Quizá sienta que no se aprecia correctamente
su labor en esa dirección. Recuerde que aquellos a quienes más
benefició el Salvador fueron los que menos apreciaron su obra. Vino
para salvar a los que estaban perdidos, pero esos mismos a quienes
él quiso rescatar rechazaron su ayuda y, finalmente, lo condenaron a
muerte.
Aunque fracase noventa y nueve veces de cada cien, si logra
salvar de la ruina a un alma habrá hecho un noble acto por la causa
del Maestro. Pero para ser un colaborador de Jesús, es preciso tener
paciencia con aquellos por quienes se trabaja, no menospreciando
la sencillez del trabajo, sino mirando el bendito resultado. Cuando
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aquellos por quienes trabaja no piensan exactamente como usted, se
dice: “Déjalos ir, no merecen ser salvados”. ¿Qué habría sucedido si