Página 151 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

Basic HTML Version

La obediencia voluntaria
147
tu mano sobre el muchacho, que ya conozco que temes a Dios, pues
que no me rehusaste tu hijo, tu único”.
Génesis 22:12
.
Este gran acto de fe está registrado en las páginas de la historia
sagrada para que resplandezca sobre el mundo como ilustre ejemplo
hasta el fin del tiempo. Abraham no alegó que su vejez le dispensaba
de obedecer a Dios. No dijo: “Mi cabello ha encanecido, ha desapa-
recido el vigor de mi virilidad; ¿quién consolará mi desfalleciente
vida cuando Isaac no exista más? ¿Cómo puede un anciano padre de-
rramar la sangre de su hijo unigénito?” No, Dios había hablado, y el
hombre debía obedecer sin preguntas, murmuraciones ni desmayos
en el camino.
Necesitamos hoy la fe de Abraham en nuestras iglesias, para
iluminar las tinieblas que se acumulan en derredor de ellas, oscu-
reciendo la suave luz del amor de Dios y atrofiando el sentimiento
espiritual. La edad no nos excusará nunca de obedecer a Dios. Nues-
tra fe debe ser prolífica en buenas obras, porque la fe sin obras es
muerta. Cada deber cumplido, cada sacrificio hecho en el nombre de
Jesús, produce una excelsa recompensa. En el mismo acto del deber,
Dios habla y da su bendición. Pero requiere de nosotros que le entre-
guemos completamente nuestras facultades. La mente y el corazón,
el ser entero, deben serle dados, o no llegaremos a ser verdaderos
cristianos.
Dios no ha privado al hombre de nada que pueda asegurarle
riquezas eternas. Ha revestido la tierra de belleza y la ha ordenado
para su uso y comodidad durante su vida temporal. Dio a su Hijo
para que muriese por la redención de un mundo que había caído por
el pecado y la insensatez. Un amor tan incomparable y un sacrificio
tan infinito exigen nuestra obediencia más estricta, nuestro amor
más santo, nuestra fe ilimitada. Sin embargo, todas estas virtudes,
aun ejercidas en su mayor extensión, no pueden compararse con el
gran sacrificio que fe ofrecido por nosotros.
Dios requiere pronta e implícita obediencia a su ley; pero los
hombres están dormidos o paralizados por los engaños de Satanás,
quien les sugiere excusas y subterfugios, y vence sus escrúpulos
[147]
diciendo, como dijo a Eva en el huerto: “No moriréis”.
Génesis 3:4
.
La desobediencia no sólo endurece el corazón y la conciencia del
culpable, sino que tiende a corromper la fe de los demás. Lo que les
parecía muy malo al principio, pierde gradualmente esta apariencia