Página 152 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
al estar constantemente delante de sus ojos, hasta que finalmente
dudan de que sea realmente un pecado, e inconscientemente caen en
el mismo error.
Por Samuel, Dios ordenó a Saúl que fuera e hiriese a los amale-
citas y destruyese completamente todas sus posesiones. Pero Saúl
obedeció tan sólo parcialmente la orden; destruyó el ganado flaco,
pero se reservó el de mejor calidad y perdonó la vida al perverso rey.
Al día siguiente recibió al profeta Samuel lisonjeándose y congra-
tulándose: “Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra
de Jehová”. Pero el profeta contestó inmediatamente: “¿Pues qué
balido de ganados y bramido de bueyes es éste que yo oigo con mis
oídos?”
1 Samuel 15:13, 14
.
Saúl quedó confuso, y trató de rehuir la responsabilidad contes-
tando: “De Amalec los
han
traído; porque el
pueblo
perdonó a lo
mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios;
pero lo demás lo destruimos”.
1 Samuel 15:15
. Samuel reprendió
entonces al rey, recordándole la orden explícita que Dios le diera
de destruir todas las cosas pertenecientes a Amalec. Le señaló su
transgresión y declaró que había desobedecido al Señor. Pero Saúl se
negó a reconocer que había hecho mal; volvió a disculpar su pecado,
alegando que se había reservado el mejor ganado para sacrificarlo a
Jehová.
El corazón de Samuel se entristeció por la persistencia con que
el rey se negaba a ver y confesar su pecado. Preguntó con tristeza:
“¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas,
como en obedecer a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer
es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los
carneros: porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como
ídolos e idolatría el infringir. Por cuanto tú desechaste la palabra de
Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey”.
1 Samuel
15:22, 23
.
No basta mirar de frente al deber si demoramos el cumplimiento
de sus demandas. Una demora tal da tiempo a la duda; la increduli-
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dad se desliza en el corazón, el juicio se pervierte y se oscurece el
entendimiento. Al fin, las reprensiones del Espíritu de Dios no llegan
al corazón de la persona seducida, la cual se ha enceguecido tanto
que considera imposible que dichas reprensiones le sean destinadas
o que se apliquen a su caso.