La obediencia voluntaria
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El precioso tiempo de gracia está pasando y pocos se dan cuenta
de que les es concedido con el propósito de que se preparen para
la eternidad. Malgastan las áureas horas en búsquedas mundanales,
en los placeres, dedicándose plenamente al pecado. Desprecian y
olvidan la ley de Dios; sin embargo, cada estatuto de la misma no
deja por ello de estar en vigor. Cada transgresión recibirá su castigo.
El amor a la ganancia mundanal conduce a la profanación del sábado;
sin embargo, las exigencias de ese santo día no han sido abrogadas
ni disminuidas. La orden de Dios es clara e implícita en este punto;
nos ha prohibido perentoriamente que trabajemos en el séptimo día.
Lo ha puesto aparte como día santificado para él.
Muchos son los obstáculos que hay en la senda de los que quie-
ren obedecer a los mandamientos de Dios. Hay fuertes y sutiles
influencias que los vinculan con los caminos del mundo. Pero el
poder del Señor puede romper esas cadenas. El suprimirá todo obs-
táculo delante de los pies de sus fieles, o les dará fuerza y valor
para vencer toda dificultad si buscan fervientemente su ayuda. Todos
los obstáculos se desvanecerán ante un ferviente deseo de hacer la
voluntad de Dios y un esfuerzo persistente por cumplirla a cualquier
costo, aun cuando se hubiere de sacrificar la vida misma. La luz
del Cielo iluminará las tinieblas de aquellos que, en las pruebas y
perplejidades, avancen mirando a Jesús como el autor y consumador
de su fe.
En los tiempos antiguos, Dios habló a los hombres por boca de
los profetas y los apóstoles. En estos días les habla por los testimo-
nios de su Espíritu. Nunca hubo un tiempo en el que Dios instruyera
a los suyos con más fervor que ahora en lo que respecta a su voluntad
y la conducta que quiere verles seguir. Pero, ¿aprovecharán sus en-
señanzas? ¿Recibirán sus reprensiones y oirán sus amonestaciones?
Dios no aceptará ninguna obediencia parcial; no sancionará ninguna
transigencia con el yo.
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