Página 154 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Los doce espías
El Señor dio orden a Moisés de enviar algunos hombres para
que exploraran la tierra de Canaán, prometida a los hijos de Israel.
A tal efecto, se seleccionó un representante de cada una de las
doce tribus. Al cabo de cuarenta días de su partida regresaron de la
exploración y acudieron a Moisés y Aarón, que habían congregado a
todo el pueblo de Israel, y les mostraron los frutos de la tierra. Todos
estuvieron de acuerdo en que era una buena tierra y exhibieron los
ricos frutos que habían traído como prueba. Un racimo de uvas era
tan grande que se necesitaban dos hombres para agarrarlo colgado
de una vara. También trajeron higos y granadas diciendo que crecían
en abundancia. Después de haber hablado de la fertilidad de la tierra,
todos excepto dos dijeron palabras desalentadoras al respecto de su
capacidad de conquistarla. Dijeron que las gentes que habitaban el
país eran muy fuertes y las ciudades estaban rodeadas de murallas
muy gruesas y altas. Aún más, habían visto a los hijos del gigante
Anac. Luego explicaron cómo vivía la gente en Canaán y expresaron
sus temores de que sería imposible que llegaran a conquistar esa
tierra.
Cuando los israelitas hubieron escuchado este informe expresa-
ron su decepción con amargos reproches y llantos. No se detuvieron
a reflexionar y a pensar que el Dios que los había traído tan lejos
también les daría esa tierra. Dejaron a Dios de lado. Actuaron como
si para tomar la ciudad de Jericó, la llave de toda la tierra de Canaán,
dependieran únicamente del poder de las armas. Dios había declara-
do que les daría el país y ellos deberían haber confiado plenamente
que cumpliría su palabra. Pero sus corazones rebeldes no estaban
en armonía con los planes de Dios; no reflejaban cuán maravillosa-
mente había intervenido en su favor, sacándolos de la esclavitud de
Egipto, abriendo paso a través de las aguas del mar y destruyendo el
ejército de Faraón cuando los perseguía. Su falta de fe limitaba la
obra de Dios y desconfiaban de la mano que los había guiado sanos
y salvos hasta ese momento. En esa ocasión repitieron el mismo y
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