Página 159 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Los doce espías
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a los espías que los habían aconsejado que obedecieran a Dios para
matarlos habían cometido un gran pecado. Sin embargo, lo único
que los aterrorizaba era haber descubierto que habían cometido un
temible error cuyas consecuencias serían desastrosas para ellos. Su
corazón permanecía inalterado. Les bastaba sólo con una excusa
para dar salida a una rebelión similar. Fue suficiente que Moisés,
hablando con la autoridad que le había otorgado Dios, les ordenara
que regresaran al desierto.
Se habían rebelado contra Él cuando les había ordenado que
tomaran la tierra que les había prometido. Entonces, una vez más,
cuando les mandó que se alejaran de ella, volvieron a caer en la
insubordinación y declararon que presentarían batalla contra sus
enemigos. Se prepararon para la lucha vistiéndose como guerreros y
cubriéndose con las armaduras, y se presentaron ante Moisés creyén-
dose preparados para el conflicto; sin embargo, Dios y su apenado
siervo los veían tristemente pertrechados. Rechazaron escuchar las
solemnes advertencias de sus dirigentes de que la catástrofe y la
muerte serían la consecuencia de su audacia.
Cuando Dios los dirigió para subir y tomar Jericó, prometió que
iría con ellos. El arca que contenía su ley sería su propio símbolo.
Moisés y Aarón, los dirigentes designados por Dios, tendrían que
conducir la expedición bajo su atenta dirección. Con una supervisión
así, ningún peligro podría alcanzarlos. Pero salieron al encuentro de
los ejércitos del enemigo, contraviniendo los mandamientos de Dios
y la solemne prohibición de sus dirigentes, sin el arca de Dios y sin
Moisés.
Durante el tiempo que los israelitas perdieron en su perversa
rebelión, los amalecitas y los cananitas se habían preparado para
la batalla. Los israelitas, llenos de presunción, desafiaron al enemi-
go que no había osado atacarlos. Nada más al entrar en territorio
enemigo, los amalecitas y los cananitas les presentaron batalla y los
expulsaron de manera fulminante, causándoles una gran pérdida. Su
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sangre teñía de rojo el campo de batalla y sus cadáveres quedaron
esparcidos por el suelo. Se batieron en retirada y cayeron vencidos.
La destrucción y la muerte fueron el resultado de aquel experimento
rebelde. Sin embargo, la fe de Caleb y Josué recibió una rica recom-
pensa. Según sus palabras, Dios permitió que ambos entraran en la