Los doce espías
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Quienes se han convertido a medias son como un árbol cuyas ramas
se mecen sobre la verdad, pero cuyas raíces, firmemente incrustadas
en la tierra, se hunden en el terreno pantanoso del mundo. Jesús
espera en vano que sus ramas den fruto y no haya nada más que
hojas.
Miles aceptarían la verdad si pudieran hacerlo sin negarse a sí
mismos; pero estos nunca contribuirían a la causa de Dios. Jamás
saldrían valientemente al encuentro del enemigo—el mundo, el amor
a sí mismo y las pasiones de la carne—confiando en que su divino
Director les diera la victoria. La iglesia necesita fieles Caleb y Josué
que estén prontos a aceptar la vida eterna con la única condición
que Dios impone: la obediencia. Nuestras iglesias sufren por falta
de obreros. Nuestro campo es el mundo. Necesitamos misioneros
en las ciudades y los pueblos que están aún más subyugados por
la idolatría que los paganos de Oriente, los cuales nunca vieron la
luz de la verdad. El verdadero espíritu misionero ha abandonado las
iglesias que hacen profesión de manera tan exaltada. El amor por
las almas y el deseo de llevarlas al regazo de Cristo ha dejado de
brillar en sus corazones. Buscamos trabajadores honestos. ¿Nadie
responderá al clamor que se eleva de todos los rincones: “Pasa [...] y
ayúdanos”
Hechos 16:9
?
¿Es posible afirmar que se es depositario de la ley de Dios, y se
espera la pronta venida de Jesús en las nubes del cielo, y al mismo
tiempo no ser culpable de la sangre de las almas si se cierran los
oídos al clamor de las necesidades del pueblo que anda en tinieblas?
Es preciso preparar y distribuir libros. Es preciso que se den leccio-
nes. Es necesario que se desempeñen deberes que representan un
sacrificio. ¿Quién acudirá al rescate? ¿Quién se negará a sí mismo
por Cristo y esparcirá la luz a aquellos que están en tinieblas?
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