Página 164 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
del ancho e impetuoso Jordán llenó de temor a su pueblo. Entonces
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Josué circuncidó a todos los varones que habían nacido en el desier-
to. Después de esta ceremonia celebraron la Pascua en la llanura
de Jericó. “Y Jehová dijo a Josué: ‘Hoy he quitado de vosotros el
oprobio de Egipto’”.
Josué 5:9
.
Las naciones paganas se habían burlado del Señor y de su pueblo
porque los hebreos no habían conseguido poseer la tierra de Canaán,
la herencia que esperaban recibir poco después de salir de Egipto.
Sus enemigos habían triunfado porque los israelitas habían vagado
durante mucho tiempo por el desierto y se habían levantado insolen-
temente contra Dios, declarando que no era capaz de llevarlos a la
tierra que les había prometido. Esta vez, el Señor había manifestado
claramente su poder y su favor permitiendo que su pueblo cruzara
el Jordán a pie seco y sus enemigos ya no podrían continuar con
sus burlas. El maná, que había caído hasta entonces, dejó de caer;
porque los israelitas estaban a punto de tomar posesión de Canaán y
comer de los frutos de esa tierra fértil. Ya no era necesario.
Cuando Josué se apartó del ejército de Israel para meditar y orar
por la presencia especial de Dios, vio a un Hombre de gran estatura,
recubierto de atuendos que parecían una armadura y con una espada
desenvainada en la mano. Josué no lo reconoció como uno de los
guerreros de Israel y, sin embargo, no parecía ser un enemigo. Lleno
de celo, “yendo hacia él le dijo: ‘¿Eres de los nuestros, o de nuestros
enemigos?’ Él le respondió: ‘No; mas como Príncipe del ejército
de Jehová he venido ahora’. Entonces Josué, postrándose sobre su
rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ‘¿Qué dice mi Señor a su siervo?’
Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: ‘Quita el
calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo’. Y Josué
así lo hizo”.
Josué 5:13-15
.
La gloria del Señor inundó el santuario y por esa razón los sa-
cerdotes jamás entrarían calzados en un lugar santificado por la
presencia de Dios. Podían introducir partículas de polvo adheridas
a los zapatos y desacralizar el lugar. Por esa razón los sacerdotes
debían dejar su calzado en el atrio antes de entrar en el santuario. En
el atrio, junto a la puerta del tabernáculo había una pila de bronce
en la que los sacerdotes se lavaban las manos y los pies antes de
entrar en el tabernáculo para que todas las impurezas quedaran eli-
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minadas. Dios requería que todos los que oficiaban en el santuario