Página 166 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
esplendor de la procesión que cada día circundaba, magnífica, la
ciudad. Recordaron que cuarenta años atrás el mar Rojo se había
separado y había dejado un paso seco para que ese pueblo pudiera
cruzarlo; y que también el Jordán se había detenido para permitirles
que lo vadearan sin peligro. No sabían qué otras maravillas obra-
ría Dios por ellos, pero mantuvieron sus puertas cuidadosamente
cerradas y vigiladas por poderosos guerreros.
Durante seis días la hueste de Israel siguió el circuito alrededor
de la ciudad. Llegó el séptimo y con las primeras luces del alba
Josué mandó que el ejército de Dios se dispusiera en formación. En
esa ocasión ordenó a los hombres que dieran siete vueltas alrededor
de Jericó y que, a la señal de las trompetas, gritaran con todas sus
fuerzas porque Dios les habría entregado la ciudad. La imponente
formación avanzó, solemne, alrededor de los muros. La resplande-
ciente arca de Dios iluminaba el crepúsculo matutino; los sacerdotes,
con sus pectorales y emblemas de pedrería, y los guerreros, cubiertos
de resplandecientes armaduras, ofrecían un espectáculo magnífico.
Avanzaban en un silencio de muerte, sólo roto por el mesurado paso
de sus pies y el sonido de las trompetas que, de vez en cuando,
traspasaba el silencio de aquella hora tan temprana. Los poderosos
muros de sólida piedra se levantaban, amenazadores, desafiando el
asedio de los hombres.
Súbitamente, el gran ejército se detuvo. Las trompetas estallaron
en una fanfarria que sacudía hasta la misma tierra. Todas las voces
de Israel al unísono cortaron el aire con un poderoso grito. Los
muros de sólida piedra, las imponentes torres y fortificaciones, se
tambalearon, sus cimientos cedieron y, con un estruendo semejante a
mil truenos, cayeron formando un amasijo de ruinas. Los habitantes
y el ejército enemigo, paralizados por el terror y el desconcierto,
no ofrecieron resistencia e Israel entró y tomó cautiva la poderosa
ciudad de Jericó.
¡Con qué facilidad los ejércitos del cielo derribaron unos muros
que habían parecido tan formidables a los espías que dieron el
informe desfavorable! La única arma que entró en combate fue la
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palabra de Dios. El Poderoso de Israel había dicho: “Yo he entregado
en tu mano a Jericó”.
Josué 6:2
. Habría bastado con que un solo
hombre hubiera dado una muestra de fuerza contra los muros de la
ciudad para que la gloria de Dios hubiese sido menoscabada y su