La toma de Jericó
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voluntad se frustrara. Pero se dejó que el Todopoderoso se hiciera
cargo de toda la obra. Aunque los cimientos de los edificios hubiesen
alcanzado hasta el centro de la tierra y sus tejados la bóveda del
cielo, el resultado habría sido el mismo, porque el Capitán de las
huestes del Señor dirigía el ataque de los ángeles.
Durante mucho tiempo Dios había deseado entregar la ciudad
de Jericó a su pueblo escogido para que las naciones de la tierra en-
grandecieran su nombre. Cuarenta años atrás, cuando había liberado
a Israel de la esclavitud, se había propuesto hacerle entrega de la
tierra de Canaán. Pero sus celos y sus perversas murmuraciones des-
pertaron su ira y los castigó a vagar por el desierto durante cuarenta
fatigosos años, hasta que todos aquellos hubieron desaparecido, to-
dos los que lo insultaron con su insolencia e infidelidad. Con la toma
de Jericó Dios declaró a los hebreos que sus padres habrían podido
poseer la ciudad si hubiesen confiado en él del mismo modo en que
lo hicieron sus hijos.
La historia del antiguo Israel se escribió para nuestro provecho.
Pablo dice: “Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual
quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como
ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como
ellos codiciaron”. “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y
están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado
los fines de los siglos. Así que, el que piense estar firme, mire que
no caiga”.
1 Corintios 10:5-6; 11-12
.
Muchos que, como el antiguo Israel, profesan guardar los man-
damientos de Dios y tienen un corazón infiel. Aunque han sido
favorecidos con el acceso a la gran luz y gozan de preciosos pri-
vilegios, perderán la Canaán celestial como los rebeldes israelitas
tampoco entraron en la Canaán terrenal que Dios había prometido
como recompensa por su obediencia.
Como pueblo nos falta fe. En estos días, son pocos los que, al
igual que los ejércitos de Israel, siguen obedientes a los consejos que
Dios da por medio de su sierva escogida. El Capitán de las huestes
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del Señor no se reveló a toda la congregación. Sólo se comunicó con
Josué, el cual relató su entrevista a los hebreos. A ellos les tocaba
creer o dudar de las palabras de Josué, seguir los mandamientos que
les daba en nombre del Capitán del ejército del Señor o rebelarse
contra sus instrucciones y negar su autoridad. Ellos no podían ver