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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Del mismo modo, en los días de Jeremías los judíos creían que la es-
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tricta observancia de los servicios divinos establecidos en el templo
los protegería del justo castigo que su mala conducta merecía.
Ese mismo peligro corre el pueblo que, en nuestros días, profesa
ser depositario de la ley de Dios. Está a punto de engañarse a sí
mismo con la idea de que el modo en que guarda los mandamientos
de Dios lo mantendrá a salvo del poder de la justicia divina. Rechaza
la reprensión por el mal y carga a los siervos de Dios con un exceso
de celo en expulsar el pecado. El Dios que aborrece el pecado llama a
todos los que profesan guardar sus mandamientos que salgan de toda
iniquidad. Si desobedece su palabra y no se arrepiente, el pueblo de
Dios sufrirá unas consecuencias tan terribles hoy como el mismo
pecado trajo al antiguo Israel. Hay un límite más allá del cual el Juez
de jueces no demorará su sentencia. La desolación de Jerusalén es
una solemne advertencia para los ojos del moderno Israel: pasar por
alto las reprensiones que llegan por medio de sus siervos no pasará
impunemente.
Cuando los sacerdotes y el pueblo oyeron el mensaje que Jere-
mías les comunicaba en nombre de Dios se enfurecieron y declararon
que el profeta debía morir. Sus protestas fueron ruidosas en extremo:
“¿Por qué has profetizado en nombre de Jehová, diciendo: ‘Esta
casa será como Silo, y esta ciudad será asolada hasta no quedar
morador’? Y todo el pueblo se juntó contra Jeremías en la casa de
Jehová”.
Jeremías 26:9
. Así menospreciaron el mensaje de Dios
y amenazaron de muerte al siervo en quien él había confiado. Los
sacerdotes, los profetas infieles y todo el pueblo montaron en cólera
contra él porque no les decía cosas amables ni profetizaba engaños.
Es frecuente que los siervos perseverantes de Dios sufran las
persecuciones más amargas de los falsos maestros de la religión.
Pero los verdaderos profetas siempre preferirán el rechazo, e incluso
la muerte, antes que mostrarse infieles a Dios. el Ojo Infinito está
fijado en los instrumentos de reprensión divina, los cuales llevan una
pesada carga de responsabilidad. Pero Dios contempla las injurias
que se les infligen mediante la mistificación, la falsedad o el abuso
como si fueran practicados con él mismo y las castigará de acuerdo
con esa gravedad.
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Los príncipes de Judá habían oído las palabras de Jeremías y,
subiendo desde el palacio del rey, se sentaron a las puertas del templo.