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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Pero Israel se obstinó en no arrepentirse y el Señor vio que debía
ser castigado por sus pecados. Por eso dio instrucciones a Jeremías
para que hiciera yugos y coyundas, que se los pusiera en el cuello y
que los enviara a los reyes de Edom, de Moab, de los Amonitas, de
Tiro y de Sidón, ordenando a los mensajeros que dijeran que Dios
había entregado todas esas tierras a Nabucodonosor, rey de Babilo-
nia, y que todas esas naciones lo servirían a él y a sus descendientes
durante algún tiempo, hasta que Dios las librara. Debían declarar
que si esas naciones rechazaban servir al rey de Babilonia serían
castigadas con hambrunas, con la espada y con pestilencias hasta
que fueran consumidas. Dijo el Señor: “Y vosotros no prestéis oído
a vuestros profetas, ni a vuestros adivinos, ni a vuestros soñadores,
ni a vuestros agoreros, ni a vuestros encantadores, que os hablan di-
ciendo: ‘No serviréis al rey de Babilonia’. Porque ellos os profetizan
mentira, para haceros alejar de vuestra tierra, y para que os arroje y
perezcáis. ‘Mas la nación que sometiere su cuello al yugo del rey
de Babilonia y le sirviere, la dejaré en su tierra’, dice Jehová, ‘y la
labrará y morará en ella’”.
Jeremías 27:9-11
.
Jeremías declaró que deberían cargar con el yugo de servidumbre
durante setenta años y que los cautivos que ya estaban en manos
del rey de Babilonia, así como los vasos del templo que habían sido
llevados, también deberían permanecer en Babilonia hasta que se
agotara el tiempo establecido. Al final de los setenta años Dios los
libraría de su cautiverio y castigaría a sus opresores sometiendo, a
su vez, al rey de Babilonia a los reyes de otras naciones.
Las naciones nombradas enviaron embajadores al rey de Judá
para tratar el asunto de presentar batalla al rey de Babilonia. Sin
embargo, el profeta de Dios, cargando los símbolos de sujeción, dio
el mensaje del Señor a esas naciones y les ordenó que lo llevaran
a sus respectivos reyes. Era el castigo más liviano que el Dios de
misericordia podía infligir a su pueblo rebelde; pero si se oponían a
ese decreto de servidumbre conocerían todo el rigor de su castigo.
Recibieron la fiel advertencia de no escuchar a los falsos maestros
que profetizan mentiras.
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El desconcierto del concejo de naciones sobrepasó todos los
límites cuando Jeremías, que llevaba el yugo de sujeción alrededor
del cuello, les hizo conocer la voluntad de Dios. Pero Hananías, uno
de los falsos profetas contra los cuales había advertido a su pueblo