Página 177 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Jeremías reprende a Israel
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orgullo de los israelitas; habrían preferido mantenerlos escondidos.
Se encontraban en unas tinieblas morales tales que no se daban
cuenta de la enormidad de su culpa ni apreciaban los mensajes de
reprobación y advertencia que les enviaba Dios. Si se hubieran dado
cuenta de su desobediencia habrían agradecido la justicia del Señor
y habrían reconocido la autoridad de su profeta. Dios los invitaba a
arrepentirse y de ese modo podría librarlos de la humillación de que
el pueblo escogido por Dios se viera sometido a ser vasallo de una
nación idólatra. Sin embargo, se burlaron de su consejo y siguieron
a los falsos profetas.
Entonces el Señor ordenó a Jeremías que escribiera cartas a
los capitanes, a los príncipes, a los profetas y a todo el pueblo que
había sido llevado en cautiverio a Babilonia, pidiéndoles que no
cayeran en el engaño de su pronta liberación, sino que se sometieran
pacíficamente a sus capturadores, que siguieran con sus vocaciones
y que construyeran hogares apacibles entre sus conquistadores. El
Señor les pidió que no permitieran que sus profetas y sus adivinos
los engañaran con falsas esperanzas; no obstante, por medio de las
palabras de Jeremías les aseguró que al cabo de setenta años de
servidumbre serían liberados y regresarían a Jerusalén. Escucharía
sus oraciones y les daría su favor cuando se volvieran a él de todo
corazón. “‘Y seré hallado por vosotros’, dice Jehová, ‘y haré volver
vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los
lugares adonde os arrojé’, dice Jehová; ‘y os haré volver al lugar de
donde os hice llevar’”.
Jeremías 29:14
.
¡Con qué tierna compasión informó Dios a su pueblo cautivo
sobre sus planes para Israel! Conocía el sufrimiento y el desastre que
experimentarían y sabía que los impulsarían a creer que rápidamente
serían liberados de la servidumbre y llevados de vuelta a Jerusalén,
tal como habían predicho los falsos profetas. Sabía que esta creen-
cia haría que su posición fuera muy difícil. Cualquier muestra de
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insurrección de su parte despertaría la vigilancia y la severidad del
rey y, en consecuencia, verían restringida su libertad. Deseaba que
se sometieran pacíficamente a su destino para que su servidumbre
fuera lo menos cargosa posible.
Había otros dos falsos profetas, Acab y Sedequías, que profeti-
zaron mentiras en nombre del Señor. Esos hombres profesaban ser
maestros santos, pero sus vidas estaban corrompidas y eran esclavos