Página 178 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
de los placeres del pecado. El profeta de Dios había condenado las
malas acciones de esos hombres y los había advertido del peligro.
Aun así, en lugar de arrepentirse y emprender una reforma, se enfu-
recieron con el fiel reprobador de sus pecados y quisieron oponerse a
su obra agitando al pueblo para que no creyera sus palabras y actuara
de forma contraria al consejo de Dios, no sometiéndose al rey de
Babilonia. El Señor testificó por medio de Jeremías que esos falsos
profetas serían librados a manos del rey de Babilonia y muertos ante
sus ojos. Llegado el momento, esta predicción se cumplió.
Otros falsos profetas se levantaron y sembraron confusión en
el pueblo haciendo que no obedeciera las órdenes divinas dadas a
través de Jeremías. Sin embargo, Dios pronunció juicio contra ellos
a consecuencia del grave pecado de haber provocado la rebelión
contra él.
En este tiempo también se levantan hombres de esa misma clase
para traer la confusión y la rebelión al pueblo que profesa obedecer la
ley de Dios. Pero, tan cierto como el juicio divino visitó a los falsos
profetas, tales obreros del mal recibieron su retribución en la justa
medida; el Señor es el mismo entonces y ahora. Quienes profetizan
mentiras alientan a los hombres para que consideren el pecado como
un asunto de poca importancia. Cuando los terribles resultados de
sus crímenes sean puestos de manifiesto, si les es posible, así como
los judíos culparon a Jeremías de su desgracia, querrán culpar de
sus dificultades a los que los hayan advertido fielmente.
Los que llevan una vida de rebelión contra el Señor siempre
encuentran falsos profetas que justifiquen sus actos y los adulan
hasta la destrucción. Las palabras mentirosas, como en el caso de
Acab y Sedequías, tienen muchos amigos. El pretendido celo por
Dios de esos falsos profetas halló muchos más seguidores que el
verdadero profeta que transmitía el sencillo mensaje del Señor.
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Una lección de los recabitas
Dios ordenó a Jeremías que reuniera a los recabitas en una de las
estancias del templo, que sirviera vino ante ellos y que los invitara
a beber. Jeremías hizo tal como el Señor le había ordenado. “Mas
ellos dijeron: ‘No beberemos vino; porque Jonadab, hijo de Recab